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«Vivía a menos de cien metros. Fue horrible»

Josefa Reyes recuerda «como si fuera ayer» la explosión del polvorín de San Severiano que el 18 de agosto de 1947 sesgó la vida de su padre y de decenas de gaditanos

raúl jiménez
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Era una noche de verano como tantas otras. Josefa Reyes, que por entonces contaba con 12 años, se encontraba en casa con sus padres, su hermana y una prima. Ayudaba a su madre con las labores del hogar. «Estaba limpiando lentejas, que por entonces venían con muchas piedrecitas que había quitar antes de poner la comida al fuego», recuerda.

«Yo vivía a menos de cien metros de donde estaban las bombas. Frente a la Casa Cuna. No sé por qué que razón salí a la calle... y allí, me cogió la explosión... lo recuerdo todo como si fuera ayer». Josefa guarda silencio. A pesar de sus grandes gafas de sol, tras los cristales se intuyen lágrimas en los ojos.

Toma aire y continúa su relato.

«De repente todo estaba muy oscuro, pero el cielo era rojo. Se escuchaban gritos, niños llorando... la gente corría de un sitio para otro buscando a su familiares. De la fuerza de la explosión se me quedó la cara torcida... fue horrible», narra Josefa, que transmite con su discurso pausado la crudeza del trágico acontecimiento de aquel 18 de agosto de 1947 que marcó un antes y un después en la historia de Cádiz.

Casi 70 años después de la catástrofe que tuvo su epicentro en uno de los polvorines de la Base de Defensas Submarinas de la ciudad, en el barrio de San Severiano, Josefa reconoce que «cada día me acuerdo de lo que ocurrió. Mi padre murió en la explosión y mi hermana y mi madre estuvieron muy malitas. Me costó un año volver a pasar por allí».

Este martes, como en otras ocasiones, Josefa volvió a la zona cero y, visiblemente emocionada, colocó un ramo de flores a los pies del monolito que hoy recuerda a las víctimas y a los miles de heridos que provocó un suceso que cambió la idiosincracia y la fisonomía de la ciudad y cuyas causas aún no se han esclarecido del todo.

Más de medio centenar de ciudadanos, entre ellos varios representantes de la Corporación Municipal y de la Armada, se sumaron al homenaje a los fallecidos, en el que se guardó un escrupuloso minuto de silencio que fue acompañado por aplausos. Entre esos asistentes también se encontraba Manuel, uno de los muchos gaditanos que aquella fatídica noche salvó la vida de puro milagro.

Su familia residía en el barrio de Santa María, núcleo hasta el que llegó la onda expansiva de la deflagración a pesar de la protección que ofreció al casco antiguo la Puerta de Tierra. Parte del techo y las paredes de la habitación en la que Manuel dormía cayeron sobre su cuna y ésta quedó sepultada. Sus padres creían que habían perdido a su hijo de dos años, pero se equivocaban. El derrumbe provocó que la cuna se diera la vuelta y acabara boca abajo, hecho que permitió que el pequeño Manuel quedara a salvo bajo el habitáculo y lograra salvar su vida.

Así se lo contaron sus padres y así lo transmitía Manuel en la mañana de ayer. Una jornada en la que Cádiz demostró una vez más que no olvida aquella noche en la que, a las diez menos cuarto, toda una ciudad se estremeció y el cielo se tiñó de rojo.

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