artículo

Campaña

francisco apaolaza
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La gente vota pese a las campañas. En realidad, dar el voto a alguno de estos partidos después de escuchar lo que cuentan es como contratar a Sid Vicious de profesor de flauta en una guardería. Si esta política no existiera, no habría que inventarla. Quizás lo bueno de las campañas sea que aparten a los gerentes de sus cargos en los gobiernos. Imagino algunas salas de los ministerios en las que normalmente no se mueven ni las briznas de polvo lunar, llenas de tipos subidos a las mesas lanzando papeles al aire y bailando por David Guetta. En Andalucía llevan dos meses sin gobierno y mi querido Fernando González, que es más fino que un iPhone 6, advierte de que allí ya se están empezando a ver los brotes verdes.

Es este un negocio de gente osada. Uno lee ‘El arte de la guerra’ y ya se lanza a dar mítines y hablar de las Españas. Es como tener 16 años, encenderse el primer pitillo, toser y tirarse a la calle a besar a chicas sin permiso. Dijo Pedro Sánchez. «Hace pocos días estuve en Alicante y me encontré con una mujer, Juana, que limpia aulas en un colegio privado». Después resulta que era canaria y quién sabe si terminará trabajando en la CNMV y formará parte de eso que Pablo Iglesias llama con desprecio los ricos. Iglesias no sabe que no necesitamos menos ricos, sino menos pobres. 

A ciertas alturas, todo es cálculo osado, perifollo, triquiñuela, navajazo y faltar a la verdad. Lo que se escucha al final del día es a lo razonable lo que una revista porno de los 80 a la sensualidad de Rubens. No es que las campañas sean de trazo grueso, es que tienen la anchura del Ebro cuando la última crecida. En la calle, que sigue votando, creen que mienten más que hablan y esto es mucho si se tiene en cuenta de no callan.

Aldous Huxley dijo que cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa se vuelve la nobleza de su lenguaje, aunque esto en España cada vez se parece más a una rueda de prensa después de un encuentro de Champions. Cuando ve uno la parte política de los informativos teme que aparezcan en pantalla los Manolos. Rajoy, que sale de vez en cuando de su gruta solo a buscar comida, utiliza un lenguaje bastante llano. Ahora se ha preguntado «¿Quién en España habla de paro?». Yo antes de salir ahí a leer eso en un papel delante de todos, le pido a un escolta que me descerraje un tiro en una rodilla.

Luego está la gestualidad. Cospedal mueve las manos arriba y abajo como si acariciara mecánicamente una columna invisible mientras piensa en otra cosa. Alterna sus movimientos con patrones que se repiten, como una azafata distraída por la nostalgia de un amor viejo. A ella, que usa el mismo tono de voz para vender un queso de Herencia que para inaugurar un colegio, la han comparado con la Juana de Arco española y el otro día en Toledo le sacaron al paso dos sillas de ruedas, como queriendo probar puede obrar el milagro de echar a andar a un país quebrado. La secretaria general dijo que se habían esforzado mucho en «saquear a España». A fuerza de no saber qué contar, es posible que alguien termine diciendo una verdad.

Ver los comentarios