El pianista británico Derek Paravicini, un virtuoso a pesar de su ceguera y su autismo. :: BELÉN DÍAZ
Sociedad

Un genio autista al piano

Derek Paravicini deslumbra con su talento musical a pesar de sus problemas de comunicación y ceguera

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Las gafas oscuras delatan su falta de visión. Sus pocas y trastabilladas palabras denotan los problemas de expresión propios del autismo. Pero su sonrisa casi permanente muestra felicidad. Una alegría que aumenta al posar sus dedos con precisión sobre las teclas de un piano que le sirve como instrumento para comunicarse con el mundo a través de las maravillosas melodías que reproduce con un talento innato, especialmente el jazz. Derek Paravicini, uno de los pianistas más aclamados y virtuosos en la actualidad, está de visita en Madrid por primera vez para dar un concierto. «Estoy muy emocionado por estar en aquí. Tocaré una pieza de Manuel de Falla», asegura con un inglés entrecortado en su intervención en la sede del Colegio de Médicos de Madrid.

Este joven músico de 34 años es todo un ejemplo de superación y genialidad. De la mano del piano ha conseguido sobreponerse a su ceguera y autismo provocados por un parto prematuro a las 25 semanas que casi le cuesta la vida. Ahora llevar a cabo una admirable y cada vez más reconocida carrera internacional. «Paravicini ama a las personas, y la música es la manera de llegar a ellas», responde Adam Ockelford, profesor y psicólogo de Paravicini desde que tenía cinco años y que le acompaña en su primera actuación en España promovida por la Fundación Orange.

Ockelford, músico también y miembro de la escuela Linden Lodge para ciegos en la que tratan de ayudar a otros niños, recuerda como su pupilo se acercó siendo un enano de cinco años al piano que él estaba tocando y de un empujón le apartó para ponerse a golpear todas las teclas a la vez. «Nunca había visto un niño con tanto entusiasmo», asegura. Pero Ockelford enseguida se dio cuenta que esa energía escondía un enorme talento y se puso manos a la obra. Todo un reto, ya que Paravicini solo podía aprender cada tono después de oír cada nota una y otra vez. Ockelford le enseñó mediante juegos. Él tocaba unos segundos y Paravicini le apartaba del instrumento para repetirlo a solas.

«Hay un refrán inglés que dice que hacen falta 10.000 horas para hacer algo bien. Nosotros necesitamos ese tiempo y más», asegura. Pero los resultados fueron asombrosos. Con nueve años tuvo lugar su primer gran concierto con la Royal Philharmonic Pops Orchestra de Londres. Países como Estados Unidos, Japón, Australia, Estonia o Portugal ya han disfrutado de su talento.

Su genialidad y capacidad le permite que si alguien le hace una petición, él la interprete sin problemas aunque no la conozca. «Si es sencilla, le bastará con escucharla una vez. Si es complicada, necesitará más escuchas», explica Ockelford. Pero Paravicini también está comprometido con ayudar a otros niños con su mismo problema en la misma escuela que le sirvió para desarrollar su talento.