la última

El halago preventivo

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Cuando apareció para suceder a Chaves me quedé asombrado. Leía, escuchaba, halagos enormes procedentes de los cuatro puntos cardinales. Bueno, de tres. En fin, de uno. Pero grandes. Orador magno, intelectual excelso, progresista ejemplar, dialogante, gestor avezado, comunicador óptimo, papaíto de todos, abuelito de otros, brillante, eficaz... Asistí a la lluvia de palmadas con una sola pregunta: ¿Qué ha hecho? ¿Ha formado parte de algún gobierno que haya logrado algún avance significativo, no sé, recortar el paro bruscamente, mejorar de forma espectacular algún servicio público básico, de uso general? Busqué números y los encontré horribles. Había formado parte de ejecutivos que, como casi todos los de antes y los de ahora, de cualquier ámbito, se limitaron a dejar las cosas como están, a enterrar problemas con montañas de palabras. En eso, admití, representa bien a los andaluces, incluso a los gaditanos. De palabras vamos sobrados, las manejamos como trileros, como prestidigitadores, las inventamos, moldeamos, elevamos y pulimos, las estiramos y encogemos, a capricho... Con los números es otra cuestión. No se nos dan. No nos salen. Ni nos cuadran ni nos gustan. Así que una vez descartado algún hito (o ‘hit’) en su carrera previa a la presidencia, me senté a esperar alguno durante su mandato. Supe que pedía ser llamado «Pepe». También que tenía un acento distinto. Aquí siempre nos confundimos con eso. Vinieron unas elecciones. Ganó otro partido pero, excepción para apuntalar la regla, le salieron los números para seguir. Los únicos dígitos que cuadran aquí. Luego llegaron un par de decretos sobre vivienda y ayuda social muy efectistas que, al menos, me parecieron un paso. También eran un síntoma de nuestra realidad indecente. Hubo una comisión de investigación de ‘foam’. No recuerdo más. Pasaron los meses, volví a repasar las cifras, las ideas y no encontré con qué justificar su prestigio. Año y medio después de ser investido presidente dice que se marcha. Y vuelve el culto a la personalidad. Y reaparece la pregunta. Y siguen sin aparecer las respuestas. En el mejor de los casos, y según opiniones, ha defendido los servicios sociales de escasez. Más allá de eso, todo hacia dentro, hablándole al cuello de su camisa, procesos endogámicos, «Cádiz-Herzegovina», asuntos internos, relevos y sucesiones que también lo son. Todo para ellos. Pero ni un número, ni un plan con final feliz que justificase la fama que le precedía. Dice que se marcha por edad, como si hace 15 meses fuera muy distinta. Relevo generacional, como si año y poco antes esa necesidad fuera diferente. Presume de propiciar la llegada de una mujer joven, dos características involuntarias. Nadie debería resaltar sexo ni fecha de nacimiento porque (salvo casos como el del soldado Manning) resulta complicado elegirlos. A la sucesora también la impulsa la ola de loas incomprensibles. ¿Qué ha hecho? ¿Se le conoce proyecto útil, idea brillante? Ningún gestor público en Andalucía, con nuestros números en los últimos 60 años, puede sacar pecho. Ni merece palmeros. Ella tiene, con todo, el beneficio de la duda. Todavía no merece crítica como presidenta. Pero si formó parte de todo esto que vivimos, desde luego, tampoco la menor alabanza. Al menos, aún.