hoja roja

A quién le importa

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Han pasado cinco años desde que el Ayuntamiento de Cádiz firmara la compra por un valor de 350.000 euros –que no es tanto, aunque lo pueda parecer– de las 18 obras pertenecientes al Valle de los Caídos de Costus, que por fin, la semana que viene, formarán parte para siempre de aquel pretendido Centro de Arte Contemporáneo que ahora se llama ECCO. Allí, desde el próximo viernes y bajo el título ‘Costus. Valle de los Caídos’, (1980-1987) quedará instalada de forma permanente la obra pictórica más representativa de aquello que aún llamamos Movida Madrileña, y que no fue más que la carrera desbocada de un arte reprimido durante décadas que latía en medio de una sociedad llena de expectativas sociales y democráticas. A nosotros, que crecimos con ‘La Bola de Cristal’, cantando ‘Champú de huevo’ –lo de Tino Casal era muy fuerte– y viendo películas de cuando Almodóvar era Almodóvar y no una prima lejana suya, nos emociona aún pensar en aquella otra inauguración, la de Clausura en 1992, cuando el Baluarte aún quería ser el Museo del Mar. Una magnífica exposición –todavía no existía el ojímetro, pero seguro que ha sido una de las más vistas de las exposiciones celebradas en esta ciudad– que servía de punto y final, de justa clausura, a la obra de Costus y donde vimos, por primera vez, en una bóveda oscura, aquella Patria en la que Alaska era una virgen, y a Bibi Andersen, magnífica, convertida en virgen del Carmen. Eso, entonces, era la modernidad.

Ahora, no sabría qué decir. Porque la pintura de los Costus está cargada de contemporaneidad, de referentes inmediatos, de un nuevo concepto artístico –rescatado, sin embargo, de la tradición más brillante de la pintura barroca– y sus retratos «a lo divino» han perdido vigencia y fuerza con el paso de los años. Tal vez, han perdido vigencia y fuerza en la misma medida en la que han ido ganando en calidad y en prestigio por haberse convertido en un icono, una obra de culto. No lo sé. Pero, desde luego, aquellos Costus, los de entonces, ya no son los mismos.

Tanto hemos cambiado, que lo más parecido a Costus que conocen los jóvenes de hoy es a Mario Vaquerizo y a lo que queda de Alaska, protagonistas de su propia parodia, por no hablar de Fabio Mcnamara –no hay que perderse por nada del mundo su ‘San Vitus Dance’– y su proceso de conversión a lo Tamara Falcó. Nada que ver con lo que significaron Juan Carrero y Enrique Naya en aquel Madrid de finales de los setenta, deseoso de enterrar el pasado histórico y de darle color y esperanza a un presente que se manifestaba eufórico y algo alocado, pero totalmente renovador. Es lo que tiene el tiempo, que termina por oxidar todos los cimientos. Es lo que tiene también el arte, que termina por cristalizar una imagen despojándola de todo contexto y dejándola fluir libre.

En cualquier caso, después de cinco años, ya es posible ver los Costus. No todos, claro está, –y no me refiero ahora a aquel desaparecido, sino al espléndido Calendario Mariano que también es propiedad del Ayuntamiento–. Costará, no me cabe la menor duda, reconocer ya a los modelos que un día posaron desafiando a la fuerza de la gravedad, pero es de agradecer que los responsables de la exposición se hayan afanado en recrear la atmósfera adecuada que nos devuelva a los años ochenta. Flúor sobre negro.

Ahora sólo falta ver la respuesta que tiene la muestra en la ciudad. Porque mucho me temo, que toda aquella movida, si hay algo aún vigente es aquel tema de Alaska y Dinarama, ¿recuerda? A quién le importa…