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Humana esencia

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No creo en la truculenta teoría de que la condición humana obliga a nuestra especie a derivar su rumbo hacia los actos toscos y perversos, hacia la maldad y la fealdad, de una forma condenatoria y predeterminada. Me parece un ejercicio de fatalismo impío. Por el contrario, creo que la esencia de nuestra humana especie tiende a objetivarse en la bondad y la belleza, de forma tal que en ellas pueda encontrar cobijo la creatividad, también atributo esencial de nuestros congéneres. Resultamos ser, pues, un colectivo heteromorfo bondadoso y arredrado “lanzado al infinito” como el venablo de Simone de Beauvoir, en busca de la belleza propia del equilibrio armónico.

Así, como proyecto lanzado, como fructificación itinerante, nuestra amada humana especie debe iniciar siempre el recorrido existencial desde los altiplanos ciertos de la Ética, de forma tal que pueda otear desde la altura dónde se agrupan los abrojos y los zarzales espinosos amenazadores. La pérdida de la altura de miras, asoladora pandemia contemporánea, resulta proceder de la sinrazón, fruto causal de un encastramiento del alma en la materia que la deslinda, que la limita a asumir como propios únicamente los actos probables. El porvenir es un paisaje improbable, es un vericueto intrincado cuyo recorrido únicamente puede acometerse con sosegado espíritu y con una clara idea de lo que supone arrostrar los riesgos de un viaje. Del viaje mayúsculo que supone ser la vida.

La vida es porvenir porque es pasado; porque es historia. Porque somos la avanzadilla espumosa de la ola, la brisa matutina. Somos el capitel en ciernes, nunca el fuste, jamás la basa. La basa responde al mundo subyugante de lo pretérito, al eco acampanado de los mensajes de nuestros ancestros, siendo el fuste el sustento muscular afectivo de las tradiciones. La pieza arquitectónica que eleva todas las tradiciones, todos los ejemplos y modelos, todos los aforismos y teorías hasta el capitel que nosotros conformamos, pura fantasía floral, con vocación de aportación patrimonial.

Este ejercicio de lucubración votiva intencional está inducido por el agradecimiento, propio del que ha contemplado maravillado el inmenso ejercicio de magnanimidad que supone el haber conservado con rigor y afecto reverencial el patrimonio de la Casa de Medina Sidonia en su muy hermoso palacio de Sanlúcar, verdadero monumento de prosapia elegante, de aristocracia genuina. El ímprobo esfuerzo de reunificación y de catalogación de los seis millones de documentos de su portentoso archivo, que realizó la egregia Duquesa doña Luisa Isabel Álvarez de Toledo, a título personal, permite tomar conciencia civilizada de la evolución administrativa e histórica del sur de Europa durante setecientos años. Una monumental crónica de un suculento y sazonado viaje del corazón plural y el cerebro altivo de nuestras castas. Muchísimas gracias, Sra. Dahlmann, por preservar nuestro legado histórico con tanto celo, ciencia y magnificencia.