opinión

Los tesoros escondidos

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Nos ha pasado a todos. Nos hemos ido de casa para estudiar, trabajar o por cualquier otra cosa por las que uno se va del hogar y, al regresar, nos hemos dado cuenta de que lo que realmente echábamos de menos era la comida de nuestra madre, o el olor del jabón del cuarto de baño o, hay gente para todo, tener Canal + y poder ver al Madrid cada domingo. Por eso, no hay nada como reencontrarse con los amigos que, por esas cosas que pasan o han pasado y se heredan o como quiera usted defenderlo, vuelven a Cádiz por Navidad y te descubren tu propia casa. Quillo, ¿por qué no nos bajamos a la playa? Pero si estamos en enero. Ya, pero tener la sensación del mar dándote en la cara, y el tacto de la arena... En lo referente a la gastronomía hay varias visitas obligadas. Además de ir a freidor y de hartarse de cazón en adobo «porque es que esto no lo hay en Holanda y me encanta, quillo» te puedes llevar la sorpresa de que lo que tu amigo más extraña es un restaurante chino de misteriosas salsas y sospechosos rellenos.

Pero cuando uno descubre los tesoros que tiene es cuando el amigo, que se ha tenido que ir por esas cosas que pasan, o pasaron, o no pasan pese a llevar el currículo a 20 empresas cada día o como quiera que a usted le haya ocurrido, regresa en Carnaval. El moscatel chiclanero lo saborea como si fuera la ambrosía de los dioses y los bocadillos de carne mechá de cualquier barra (sí, esas que desde que se abren ya huelen a cerveza por algún embrujo ilegal) son como el plato más refinado del más selecto restaurante de la guía michelin. Y lo mejor es que todo le hace gracia y que todo le sorprende como si nunca lo hubiera visto: «Mira los bancos de la plaza Mina», «la puesta de sol en la Alameda...». Eso sí, el que llega en verano, de no deja de insistir en que hay que irse a El Puerto o a Conil. Y antes de que pasen los días libres, está deseando marcharse. «Es que esto está muy bien para unos diítas pero, lo que es para quedarse pues....» Y hasta la próxima Navidad.