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El frío y Bonald

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O algo parecido. Era una noche fría y silenciosa en Vejer de la Frontera. Mi padre no quería ir solo a unas jornadas literarias que se celebraban en el bellísimo pueblo blanco, ése donde el número de siniestros de tráfico es notabilísimo. Decía, que hacía frío. Más que frío, escarcha. O algo parecido. Quizás es consecuencia de que este diciembre recién nacido hace más frío que nunca, casi menos que hace siete años, cuando amanecía con el gato metido en el edredón nórdico. El frío es eterno en el recuerdo. Era una noche fría, vamos, que helaba (no sé si he dejado claro el concepto). El acto en sí fue como tantos: bellas palabras, un alcalde, un obsequio. Y el frío, nuevamente el frío al salir al empedrado. ¿Qué hacemos? Vamos a tomar una tapa. Allí nos sentamos al albur de una falsa lumbre imaginaria, amparados en la esquina de un establecimiento digno de Curro Jiménez, los dos Enriques Montieles, Juan José Armas Marcelo y José Manuel Caballero Bonald. No recuerdo si también estaba Amaya Zulueta. Había una quinta persona imprecisa en mi memoria, como el hombre sin rostro del famoso film: estaba allí inidentificado.

Juancho Armas, si no lo conocen, es canario y novelista, digo madridista. Recuerdo de él, de cuando nos visitaba, su jolgorio y amabilidad, su perspicacia. Fumaba puros y bebía sin cola. Una vez fuimos a recogerlo a su hotel y, cuando se enteró que el Enriquito quinceañero también escribía, emulando a su padre, le dijo: sólo te falta vivir. Vivir y follar, para tener de qué escribir. Un sabio. Pues estábamos allí ubicados en nuestras preocupaciones, que no eran otras que si el Madrid ganaría la Copa de Europa a la Juventus de Turín un par de días después. Juancho lo tenía claro: si los negros corrían, ganaríamos seguro (los negros eran Roberto Carlos y Clarence Seedorf). Mi padre, como siempre, se excusaba: yo es que soy colchonero, pero quiero que gane el Madrid por mi hijo y porque sea un equipo español. Pero la Juve, era mucha. Tenía a Zidane y un montón de italianos ‘guarrininis de molto peligro’ (ma non troppo). Y ahí andábamos cuando Pepe Caballero Bonald intervino con su vocecita de atildada entonación. Llevaba un buen rato silencioso, encargándose de una copita de vino, y nos cogió a traición. Dijo: «Me han dicho hoy que Hierro está enfermo». El miedo nos embargó en ese frío y oscuro rincón tabernero de Vejer. ¿Hierro enfermo? ¿Cuándo había sido? ¿Llegaría a tiempo a la final? «Está muy enfermo, no saben si saldrá de ésta». Juancho miraba al poeta jerezano como si se le hubiera aparecido su difunto abuelo regurgitado de los infiernos. ¿Pepe, estás seguro? ¿Fernando Hierro está enfermo?

El Premio Cervantes 2012 tomó su copa y la escanció. Nos miró como si todos fuéramos imbéciles y nos reprendió: ¡Quién coño es Fernando Hierro! ¡Me refiero a José Hierro, Hierro el poeta! Y la carcajada siguió al alivio. Y el resto de la historia ya la saben: el gol de Mitjatovic, el Cervantes de Bonald y la muerte de José Hierro. O