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Cavada y el acabado

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Habían pasado ya unos años desde que me emancipé profesionalmente y ella, más veterana, también lo acabaría haciendo. Continuaba levantándose en el ring de la vida, vez tras vez, golpe a golpe. La ilusión no le faltaba, ni la capacidad. Era un día de marzo, el diecisiete creo, el que me llamó para que fuera a celebrar su cumpleaños con Juani y los demás amigos. Poco antes, el día de los enamorados, mi novia me había dejado con esas proféticas palabras que, maliciosamente, espero se cumplan: «¿Cómo voy a cortar contigo el día de San Valentín? Me acordaría cada año de ti…». Llevaba varias semanas encerrado en el piso de la Alameda cenando tarrinas de helado de macadamia y viendo ‘Perdidos’, acompañado por mi gato Thor. Insistió tanto que me tuve que mover del sofá y acudí al clamor de la tarta.

Había sido un cumpleaños perfecto. La tortilla de su abuela había barrido de golpe al delicioso paté con mermelada de frambuesa y las endibias con roquefort. Era un tortillón compacto, gallego y sabroso. La abuela, genial, hacía ‘tai chi’. El vino, era tinto. Nos sentamos todos en los sofás, y puso en el DVD el juego de películas de cine; luego sonó Radiohead. Juani me enseñó su nuevo portátil, que era una gozada (en aquéllos lejanos días) y me puse a buscar tonterías en Google, como nuestros propios nombres. Cuando llegó el turno de ella puse Patricia Cavada Montañés y le dí a la tecla que pone Intro (y una flechita). No pude resistirme a soltar una carcajada. El texto decía: «Es el nombre más ridículo que he oído nunca. Una amiga de mi madre se llama así. A mí me daría vergüenza tener un nombre tan feo como ése». La propia aludida no podía creerse lo que leía y la anécdota ha durado una década, hasta que, hace poco, ascendió por sus méritos.

Posiblemente la IP del ordenador desde el que salió el comentario fuera de Benalup. Una rudimentaria conexión ADSL robada al vecino, como es costumbre, y un bulo, y que corra veloz como el viento que pasa por la autovía en que se ha convertido la ciudad catastrófica de New York. A 130 kilómetros por hora. Estas cosas de las imprecaciones, normales en el mundillo de la política, afectan más a los que estamos fuera. Han dicho que López Gil ha ‘colocado’ a Cavada en un puesto de confianza en la Junta e insinúan que ha despedido a otras dos mujeres (que tendrían la confianza de otro, pero no la del actual Delegado del Gobierno de la Junta de Andalucía en Cádiz). Y la ingeniera del bulo tira estos darditos de punta roma, tan acabada como el propio y rencoroso dinosaurio que, en vías de extinción, lucha por no morir ridículamente congelado.