FÚTBOL | PERFIL

El alma de Pep

Sincero, elegante, tozudo, ávido lector, melómano, catalanista, cariñoso y devorador de caracoles. Así es Josep Guardiola i Sala, el entrenador que ha convertido al Barça en el mejor equipo del mundo

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Todos los días, Mari Carmen Bosch, vecina de Santpedor, un pueblecito del interior barcelonés, cogía su coche para dirigirse al colegio de La Salle, en Manresa. Con ella viajaba siempre un chaval de diez años, flacucho, reservado y agradable, al que sus compañeros llamaban 'El Guardi'. Mari Carmen era tutora en 5º de EGB y recuerda que aquel chico era el sueño de cualquier maestra: un alumno bueno, «de notables», que destacaba en Lengua y en Matemáticas y que sólo tenía una enorme pasión: el fútbol. «Siempre iba con su mochila y el balón. Todos querían jugar con él -apunta-; era muy famoso en las competiciones que se montaban en el recreo. Pero él ejercía un liderazgo muy positivo: huía de las camarillas y no sólo quería jugar con los buenos, sino también con los más torpes. De todos quería ser amigo». Veintiocho años después, aquel chaval, cuyo verdadero nombre era Josep Guardiola i Sala (Santpedor, 1971), se convertía en el mejor entrenador de la historia del FCBarcelona tras haber firmado una brillante carrera como futbolista.

Cuando asumió la dirección del club azulgrana, Pep Guardiola decidió no conceder más entrevistas. Desde entonces, se limita a comparecer en las ruedas de prensa que se organizan antes y después de los partidos. En ellas, eso sí, se comporta con profesionalidad y corrección: atiende a los periodistas sin prisas y responde con argumentos y mesura, lejos del prototipo de entrenador rudo y malencarado que sólo sabe soltar tópicos. Sobre Guardiola se han escrito ya miles de páginas: fue quizá el mejor mediocentro del mundo; jugó en España, Italia, Qatar y México; cuando colgó las botas, empezó entrenando al Barcelona B, al que ascendió, y un año después cogió al primer equipo azulgrana y lo convirtió en campeón de Copa, Liga y Liga de Campeones. Pero, por encima de sus gestas deportivas, el hombre que se sienta en el banquillo del Camp Nou protege con cuidado su vida íntima, de la que poco se sabe: en cierto modo, sigue siendo aquel muchacho reservado que Mari Carmen Bosch llevaba al colegio todos los días.

Sus amigos -tiene muchos y de muy diferentes ámbitos- coinciden en subrayar la «magnética personalidad» de Pep, cuya principal virtud es un ansia desmedida por aprender. «Es una esponja», sentencia Juanma Lillo, entrenador de fútbol. A Lillo lo conoció hace ya muchos años, tras un Oviedo-Barcelona que acabó con victoria (2-4) de los catalanes. Guardiola, entonces jugador, se plantó tras el partido en el vestuario del rival y pidió hablar con el técnico. «Sólo quería felicitarme por el buen juego de mi equipo», recuerda Lillo. Así nació una amistad que se anudó durante muchas conversaciones telefónicas y que perdura por encima de los avatares deportivos: «Pep es una persona muy respetuosa y con mucho sentido común. Creo que son las características que mejor le definen». Aquel arranque impetuoso en el estadio del Oviedo no fue un arrebato ocasional: cuando Guardiola admira sinceramente a una persona, no se detiene hasta que se lo dice. «Un día, no sé cómo ni por qué, Pep apareció por mi estudio -tercia el diseñador Antonio Miró-. Me dijo que le encantaba mi ropa y le empezamos a vestir». Hasta el punto de que el entonces futbolista del Barcelona, que siempre ha recibido alabanzas por su elegancia, llegó a subirse a la pasarela: «Salió de él», descubre Miró. «Me dijo que le haría mucha ilusión desfilar para mí... y yo, feliz, recogí el guante». Durante un tiempo, Pep frecuentó el despacho del diseñador. Hablaban de todo, menos de fútbol: «Él tenía una lesión larga y solía pasarse por aquí. Sobre todo, nos encantaba charlar de música y de libros».

La literatura es quizá la afición menos secreta de Guardiola. Hace un tiempo, protestaba cuando alguien quería colocarle la etiqueta de 'futbolista-que-lee' y recordaba que otros compañeros, como Luis Enrique, también eran lectores voraces. Pero la sensibilidad de Pep hacia la poesía y su devoción por novelistas como José Luis Sampedro (le encanta 'La vieja sirena'), Enrique Vila-Matas, Truman Capote (su cuento 'Ataúdes tallados a mano' le parece extraordinario) o Quim Monzó dibujan un espíritu inquieto y cultivado, decididamente poco habitual en el universo futbolístico. Con estos antecedentes, sorprende que ningún título universitario brille en el currículum de Pep. Lo intentó dos veces: se matriculó primero en Derecho y después en Educación Física. No pasó de segundo. «El fútbol me absorbe mucho», se excusaba; pero luego reconocía: «... Y además hay que vivir la vida».

Ocurre que esa frase, 'vivir la vida', significa para Pep cosas muy diferentes de las que supone, por ejemplo, para Ronaldo. Significa pasar mucho tiempo con su mujer, Cristina Serra, y con sus tres hijos, Maria, Màrius y Valentina; significa acudir a conciertos de Michael Newman, Manel (grupo catalán muy en auge) o Coldplay; significa escaparse un par de días con sus hijos a su casa en San Vicenç de Montalt (Barcelona); significa atiborrarse de caracoles, uno de sus platos favoritos, y acompañarlos con un buen vino; significa coger los palos de golf y perderse por ese universo de hoyos, greenes y bunkers; significa, en fin, conversar largamente con sus mejores amigos: Manel Estiarte, David Trueba, Ariadna Gil, Juanma Lillo, Lluis Llach...

De Pep se sabe, por lo tanto, que es ávido lector, notable melómano (es fácil verlo en conciertos con su mujer) y hombre en general curioso. A simple vista se comprueba su gusto por la moda y sus íntimos lo definen como un tipo tozudo, pero cariñoso y detallista, correcto con sus rivales y preocupado por sus amigos. Sin embargo, sus preferencias políticas siempre han quedado ocultas bajo un grueso manto de discreción. El técnico del Barça rehúye la identificación pública con cualquier partido y sólo rebuscando en las hemerotecas se puede inferir que Pep es un nacionalista poco estridente, que defiende una selección catalana oficial, aunque también confiesa que fue «un orgullo» haber vestido durante 47 partidos la camiseta roja. «Me siento más cercano a la selección española que a la francesa o a la italiana, pero, si se diera el caso, con toda probabilidad escogería Cataluña», declaraba en 1998, todavía en activo. También se descubre un Guardiola preocupado por la justicia social y contrario a todo tipo de violencia.

Cuando acabó su trayectoria en el Barça, Pep se vio libre para cumplir uno de sus sueños: conocer otros mundos, otras ligas. Empezó por Italia, un país que le fascina y en el que ya vivía su gran amigo, Manel Estiarte. La aventura italiana de Guardiola tuvo dos destinos: Brescia y Roma. En Brescia, a orillas de los hermosos lagos lombardos, brilló; pero en la ciudad eterna se vio condenado al banquillo por un entrenador, Fabio Capello, enemigo de toda sutileza. Aun así, Pep disfrutó a fondo la experiencia. Viajó con toda su familia y rehusó alojarse, como hacían casi todos sus compañeros, en urbanizaciones periféricas lujosas y fortificadas. Bien al contrario, buscó casas céntricas y abrió todos sus poros para absorber la cultura italiana: aprendió el idioma, descubrió las ciudades, probó la cocina, apreció la música local (Francesco de Gregori, Paolo Conte...) y estudió con mucho interés el 'calcio', tan siderúrgico y ajeno a sus cualidades naturales. Lo mismo hizo en Qatar y en México, donde se calzó las botas por última vez. Su amigo Juanma Lillo lo reclutó para apurar su carrera profesional en los Dorados de Sinaloa: «Cuando Pep llega a un sitio, no se plantea dónde está, sino cómo puede ser feliz ahí. Quería regresar después de haberse empapado de todo».

En noviembre de 2006, Guardiola anunciaba su retirada. Dos años después, y tras un aprendizaje acelerado en el filial, asumía las riendas de uno de los vestuarios más complicados del mundo, erizado de egos. En poco tiempo, hizo limpieza, domó a las fieras, el equipo jugó como los ángeles y ganó todo lo ganable. Nadie lo esperaba. Salvo sus amigos. «Pep no es duro, pero sí muy sincero. Él mira a los ojos y dice lo que piensa y lo que siente», advierte Estiarte. A los 38 años, Guardiola se convirtió en el mejor entrenador del mundo. «Lo dejará en cuanto deje de ser feliz», concluye su mejor amigo, aquel a quien se abrazó cuando el Barça consiguió la Liga de Campeones mientras le gritaba en catalán, loco de alegría: «¡La que hemos liado, Manel! ¡La que hemos liado!». El día parece haber llegado y casi cuatro años y 13 títulos después, Guardiola abandona el Barcelona a final de temporada.