opinión

Investido depende

En su discurso de investidura al fin era el momento de medir la pólvora, y Rajoy ha hecho de Rajoy

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La investidura ha sacado al fin a Mariano Rajoy de la película estelar de cine mudo que protagonizaba. Perece el sino de la temporada, como ‘The Artist’ de Hazanavicius. Rajoy lleva demasiado tiempo justificando silencios –en la legislatura, porque todo el desgaste le tocaba al presidente; en la campaña, porque todo se supeditaba al objetivo de ganar; tras la victoria, porque no era procedente; en sus primeros viajes internacionales, porque se trataba de tranquilizar a las cancillerías sin suscitar inquietud en la retaguardia doméstica– pero en su discurso de investidura era el momento de medir la pólvora, y Rajoy ha hecho de Rajoy. La idea de que, investido presidente, Rajoy se transformaría en un tecnócrata con hechuras de cirujano de hierro quedó vacante. La cabra no tira al Monti. El mensaje de Rajoy aún tiene demasiados dependes, más que el estribillo de Jarabe de Palo.

A Rajoy se le ha acabado el tiempo de ejercer de Oscar Matzerath, el protagonista del tambor de hojalata decidido a enfrentarse al mundo sin hablar salvo a golpe de percusión. Una cosa es investirse de autoridad y otra vestir la autoridad. Las iniciativas más definidas son secundarias –eliminar los puentes, privatización de las televisiones públicas– a pesar de su carga simbólica. Ahí no transpira el programa real. Rajoy vendió el dato amable de las pensiones pero se tapó en el tercio duro de los impuestos, tal vez sí o tal vez no, o los sueldos públicos, tal vez sí o tal vez no, la reforma laboral o los estímulos fiscales. Sin duda el miedo es un producto que se vende mejor a plazos, pero hay echadoras de cartas con más concreción. El plan de momento sigue en la literatura sin llegar a las matemáticas. El campo semántico era ‘actuar’ pero se llenó de ‘depende’ y ‘en su momento’ y ‘mi intención es esa pero’. No habrá datos exactos hasta después de las elecciones andaluzas de marzo con los Presupuestos. Quién anunció el final del electoralismo.

Se completa al menos un traspaso modélico de poderes. Zapatero ha brillado con discreción donde el rencor de Felipe o de Aznar, e incluso de Suárez con los suyos, afeó el relevo institucional. La crisis es un mal escenario, como aquellos cambios con el golpe de Estado de fondo, el váyase señor González del aquelarre de la corrupción, o las manifestaciones contra la guerra de Irak y el olor a explosivo del 11M; pero Rajoy ahora ya acepta que la crisis es un temible agujero negro global, no un charquito donde naufragaba el ‘bobo solemne’ de su antecesor. Hoy el zapaterismo ya duerme fuera de la Moncloa, pero el rajoyismo aún no duerme allí. El nuevo presidente llegará mañana; el rajoyismo aún no se sabe lo que tardará en llegar. Depende.