DONDE LAS CALLES NO TIENEN NOMBRE

Joyanka

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El pasado viernes fui invitado por el Ateneo Cultural Andaluz a presentar y moderar una mesa redonda sobre los premios Flamenco Hoy, que otorga la Crítica Nacional de Flamenco desde hace doce años. Son los galardones más prestigiosos en este ámbito y en su nómina están los más grandes del cante, la guitarra y el baile, y también otros músicos e instituciones que han contribuido a engrandecer el nombre del flamenco en el mundo. En La Bodeguilla, en la calle Zarza –sede del Ateneo- introduje la tertulia de tres personajes ciertamente interesantes como son el periodista y director de los premios Flamenco Hoy, Alfonso Eduardo Pérez Orozco; el cantaor, coreógrafo y gitano de Madrid Alfredo Escudero; y el creativo y experto en marketing Eliseo Vicentti.

Los escuché atentamente hablar sobre los premios, su trascendencia y significado. Y la mesa redonda derivó, finalmente, como no podía ser de otra forma, en el flamenco con mayúsculas, en el pasado, presente y futuro de una expresión artística tan nuestra. Y se habló del flamenco también como producto. Y entonces un señor del público pidió la palabra para censurar esa etiqueta y recalcar que el flamenco no puede ser tratado como un producto sino como un sentimiento. Craso error, bajo mi punto de vista. Eliseo Vicentti respondió al interesado defendiendo la necesidad de que, de una vez por todas, Jerez saque provecho de verdad a su título de «cuna del flamenco».

Y que lo haga de una forma menos cutre, no tan amateur, más profesional. Suscribo hasta en la última coma la tesis de Vicentti, que hago ahora mía y que he expuesto en otras ocasiones. En Jerez con el flamenco tenemos la mejor materia prima del mundo, encabezamos el ranking de talento, y somos los dueños del compás. Todo eso está muy bien para mirarnos el ombligo y demás, pero después qué. Qué pasa.

Pues les voy a decir yo lo que pasa. Desde tiempos inmemoriales esta ciudad y sus habitantes hemos sido repugnantemente conformistas con muchas cosas, una de ellas el flamenco. Aquí ha habido una gran mayoría de artistas, aunque últimamente hay excepciones muy notables, que se ha conformado con la actuación de turno en la peña de turno o con ir a cantarle al señorito, coger los dos mil duros y adiós muy buenas. Han sido muchos los que no han sabido no han querido o no han podido evolucionar.

Y tampoco ha habido nadie que les haya guiado, que les haya sacado del compadreo como forma de ganarse la vida. Es cierto que siempre debemos respetar la esencia del flamenco como sentimiento, debemos preservar su idiosincrasia, evitar el manoseo barato. Pero al mismo tiempo tenemos que poner las bases de una verdadera industria del flamenco. Algo serio.

Esta ciudad está y siempre ha estado muy necesitada en su economía. Sin embargo no se le saca el provecho que se debiera al flamenco, no se profesionaliza en la medida deseable, y hay otras ciudades que nos están comiendo por sopa. ¿Cómo es posible sino que Alcorcón vaya a tener la primera universidad española del flamenco y nosotros aquí mirando? Perdón, se me olvidaba que tenemos el proyecto de la Ciudad del Flamenco, que hasta el momento no es más que un solar lleno de ratas y jaramagos…

Cuando terminó la mesa redonda, el Ateneo Cultural Andaluz había programado una actuación de José de los Camarones con Paco León. Yo soy de los que pienso que José es un genio. Ya no tiene nada que ver con aquel Bizco de los Camarones. Ahora, basta con escucharlo cantar o hablar para entenderlo. El cantaor, en estado de gracia, aprovechó para presentar algunos temas de su nuevo disco Joyanka, un verdadero bombazo repleto de pellizcos, emoción y fuerza. José de los Camarones ha grabado uno de los mejores discos flamencos de la última década. Pero él ni siquiera tiene manager o representante. Claro que si José fuese de Alabama, se llamase Joseph Shrimpes y se dedicase al country probablemente ya habría ganado millones de dólares y habría vendido decenas de miles de copias en todo el mundo.