Extranjero en su tierra

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No se llamaba Cayetano, sino José Manuel, pero también nació en Ronda. No mató toros, pero se dedicó a inspeccionar el cerebro humano, resistente a tantos descabellos ideológicos. El doctor José Manuel Rodríguez Delgado ha abandonado la terca costumbre de estar vivo a los noventa y muchos años. Estuvo postulado para el Premio Nobel, en el que ya se sabe que interfieren más cosas de la política que de la neurología. Se hizo eventualmente famoso porque podía prevenir las embestidas del tótem ibérico, introduciendo estimulaciones eléctricas a través de electrodos implantados. El científico malagueño, del que no tienen mucha idea sus paisanos, aspiraba a algo tan terrible como a la modificación de la conducta humana. Una inspección de altísimo rango intelectual, pero ya se sabe: aquí en mi bien amada tierra es más fácil que le hagan una entrevista al fervoroso pamplinas que preside una cofradía que al director del departamento de investigación del Centro Ramón y Cajal. Así nos va.

Al doctor José Manuel Rodríguez Delgado no le fueron muy bien las cosas, como a nadie de su generación. Primero hizo la guerra –mejor sería decir que se la dieron hecha– y después fue un emigrante. Le traté mucho, gracias a mi amigo Calvo Hernando. Recuerdo, un poco brumosamente, que le hicimos una entrevista en la tele Pedro Rodríguez, Jaime Campmany y yo. No sin cierta impunidad, le pregunté si era posible alterar también la conducta humana implantando electrodos, o sea, inducir a la vecina del segundo izquierda, que estaba buenísima, a que se mostrara partidaria a compartir sus evidentes privilegios.

–Teóricamente, todo es posible– me dijo.

Los sabios son neutrales, pero siempre hay que hacerles caso, aunque sean extranjeros en su patria. José Manuel Rodríguez Delgado sufrió un largo exilio científico. Aquí no había dónde estudiar neurofisiología. Los cerebros nacionales no daban para tanto hospedaje.