opinión

Beber hasta morir

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Dos jóvenes de 18 años pierden su casi recién estrenada vida después de ingerir durante horas alcohol y un mejunje hecho a base de estramonio en una 'rave', fiesta clandestina celebrada como tantas otras durante años en un casucho abandonado de Getafe (Madrid). En Baleares el último grito es ingerir vapor de alcohol por la boca con un inhalador de plástico, el chupito de alcohol aspirado se llama 'oxyshot' y frente a la dilación en la borrachera que ofrece el cubata tradicional, este vapor etílico se va a la sangre en segundos, es más barato y no hay ni que hablar dos palabras para estar ya en trance. En Lloret de Mar hemos asistido este verano a la apoteosis del turismo de borrachera: manadas de extranjeros se hacinan en una calle sin bibliotecas y se dedican a beber desde el minuto uno hasta alcanzar una circulación tambaleante y meándrica (palabra que me invento y que es una mezcla de meandro y exoneración de la vejiga). Lo cuentan delante de las cámaras, orgullosos, muy desinhibidos, felices de salir en la tele. Otros puntos de la costa Mediterránea se han especializado en un deporte que alcanza el cénit del cretinismo; con una cogorza insuperable, los que lo practican se suben la barandilla de la terraza del hotel y se tiran a bomba en la piscina; el que menos, sale contusionado y ya hay cuatro que no podrán contar la gracia a sus amigos: se han matado. Los que sobreviven lo graban y lo cuelgan en la Red.

Hay otro atractivo de la temporada: el gas de la risa; un globo relleno de óxido nitroso que causa en quien lo respira mareos y euforia y que desemboca en carcajadas incontrolables que quizás alguien grabe y enlate para alguna serie.

Xabier Regás, mecenas del teatro catalán, fue el autor de una frase memorable: hemos venido a este mundo a pasar el verano. Frase hecha suya por Carlos Barral y que viene a significar una forma sosegada, placentera, libre de estar en la vida, particularmente en los meses de estío, claro, pero que se quiere prolongar lo más posible en el resto del año. Una forma de vida relajada, en contacto con el mar y en un cierto ambiente rural, preciados ambos para los urbanitas. No pretendo inculcar esta filosofía de vida a los grupos antes descritos, que parecen tener una forma compulsiva de vivir/morir el ocio sin conversación y sin un mínimo de autoestima estética. Estas gentes no tienen el glamour, el encanto ni el discurso de los sesenta, cuando se generalizó entre los jóvenes el consumo de drogas en casi todo el mundo. Ahora se entregan a una forma compulsiva de estar que causa estragos mortales y que a mí me parece mortalmente aburrida. No es que la droga no haya matado en los sesenta, en los setenta y en los ochenta, pero hay en este turismo de borrachera, en el 'oxyshot', en tirarse por el balcón borracho una insondable vulgaridad.