VUELTA DE HOJA

Carné de pirómano

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Alos incendiarios no se les exige documentación, sino vocación. No es preciso someterles a pruebas físicas y mentales, ni ejercitarles para que cumplan su arriesgada y lamentable tarea. Esa facilidad explica que haya más pirómanos que bomberos. La batalla de Londres, donde estábamos convencidos que residía el mayor porcentaje de personas altamente evolucionadas del catastrófico planeta, nos muestra que una vez cabreados somos todos iguales: los de la acreditada «flema inglesa» y los parientes más lejanos Cromagnon. La violencia y el pillaje se han propagado por Birmingham y Leeds y la Policía le pide a la gente que permanezca en sus casas, cosa que solo podrán cumplir los que la tengan.

Siempre que las cosas van mal hay quienes se empeñan en ponerlas peor. Los saqueos se han extendido. La crisis económica y el batacazo de las Bolsas están consiguiendo que resurja la acracia, pero no está históricamente probado que la ausencia de autoridad sea preferible a un mal gobierno. Lo malo de las revoluciones es que se rompe mucha porcelana, por una parte, y que se quedan sin platos de la lata por otra. El resentimiento de las minorías no se corrige con el vandalismo y los pobres, que son los que no temen que se hundan las Bolsas, corren el peligro de hundirse más en la pobreza.

La tapadera de la olla a presión se ha destapado y la comida de muchos, que no estaba a su alcance, ahora se ha pegado al techo. La mecha social ha prendido el asesinato de uno de esos jóvenes negros que no han encontrado su redención en el ilusorio campo de la justicia, ni en los rectangulares campos de futbol. Los «marginados» solo escriben su historia en los libros de contabilidad y ya se hacen cálculos de los millones de euros que van a suponer los disturbios que todavía no han cesado. De momento, al primer ministro, David Cameron, le ha costado interrumpir sus vacaciones. Estaba en la Toscana. La verdad es que el hombre tiene buen gusto.