Vuelta de Hoja

EL ÚLTIMO CROMO

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Tenía su mérito que los ahora llamados «niños de la guerra» coleccionáramos cromos. Sobre todo si se tiene en cuenta que no había cromos y los fabricábamos recortando las imágenes de nuestros ídolos deportivos y pegándolos en las chapas de las gaseosas.

Grandes partidos en las aceras, con tácticas digitales - el dedo medio y el pulgar - y sin más público que las pisadas de los transeúntes de luto. Juan Arza, que acaba de morir, no solo era el ídolo de la afición, sino el santo de mi devoción. Jugó en el Málaga, antes de convertirse en la gran leyenda del Sevilla. Cuando lo traspasaron, con diecinueve años, la prensa le llamó 'el niño de oro'. Fueron unas 200.000 pesetas de aquel entonces y ya sabemos que el precio de todo es el de 'entonces', según mercado. Si hubiéramos tenido un jeque, en vez de moros en la costa, Arca hubiera hecho toda su espléndida carrera en el Málaga, que vestía de azul y blanco, antes de derivar al celeste, que no se sabe bien si es un color o una dimisión del añil, aunque le gustara mucho a Rubén Darío, que le atribuía esa tonalidad a la esperanza y a la carne de la mujer.

Ahora que Arza se ha ido le recuerdo en La Rosaleda, cuando los dos vestíamos de corto. Ningún interior derecha me ha gustado más, quizá porque Di Stéfano y Luis Suárez no jugaban en ese puesto, sino en todos. Los chaveas de aquella época le imitábamos hasta en la manera de andar, aunque no fuésemos ligeramente zambos. Cosas de la edad, que no hace al tiempo, sino que lo deshace. Hay que consolarse pensando que «también murieron las rosas y Aristóteles», pero es terrible pensar que nunca volveremos a tener doce años en un campo de fútbol, ni una capacidad de admiración como aquella, ni una insignia capaz de florecer en los ojales. Quizá no sea exactamente nostalgia, sino anticipo de futuro. Con cada uno de nosotros se morirán también minúsculos recuerdos. Incluidos los de algunas citas y los penaltis que le vimos fallar a nuestro equipo.