Una modelo en la pasada Semana de la Moda en Nueva York.
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Juegos de mayores

Un reportaje en la 'Vogue' francesa reabre el debate sobre el uso de niños en la moda y la publicidad

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Lea, Prune y Thylane van muy maquilladas, con los párpados verdes y azules como el plumaje de un pavo real, y posan en las fotos con gesto infinitamente serio, situado en algún punto entre la gravedad y la tristeza. En el reportaje abundan las posturas indolentes. En una de las imágenes, por ejemplo, la modelo se recuesta sobre unos cojines de leopardo y acaricia a dos conejitos, con la colcha de la cama retirada a un lado y un atisbo de sábanas revueltas. Luce un conjunto dorado, con pronunciado escote y sandalias de altísimo tacón que permiten ver sus uñas pintadas de rojo. En otra, el vestido deja al aire los brazos, los hombros y buena parte del muslo. Las piernas, largas y delgadas, también están prolongadas por unos ‘stilettos’ y se orientan hacia los ojos del espectador. Una más: la maniquí, tumbada boca abajo sobre una piel de tigre (se supone que sintética), aparece de perfil, con las rodillas flexionadas y, de nuevo, afilados tacones que apuntan hacia el techo.

Si se tratase de modelos adultas, habría resultado casi inevitable recurrir a calificativos como ‘incitante’, pero Lea, Prune y Thylane no son mujeres. Ni chicas. Ni siquiera adolescentes. Si hacemos caso a la revista del ‘The New York Times’, andan por los seis o siete años, aunque en las fotos estén vestidas de marcas como Versace, se adornen con complementos de Bulgari y calcen carísimos zapatos de Louboutin. Son las protagonistas del reportaje más llamativo del número de diciembre-enero de la edición francesa de ‘Vogue’, el último dirigido por Carine Roitfeld, que para la ocasión ha contado con su viejo aliado el diseñador Tom Ford como editor invitado: juntos acuñaron conceptos como el ‘porno chic’ y se han dedicado durante años a explorar los distintos caminos hacia el escándalo. Y, en esta reciente colaboración, han triunfado en sus propósitos: el reportaje de las tres niñas, un muestrario de regalos con estilismo de Melanie Huynh y fotografías de Sharif Hamza, ha generado una violenta polémica, particularmente intensa al otro lado del Atlántico.

La controversia ha llegado incluso a Boing Boing, uno de los sitios más populares de internet, donde no han dudado en opinar que las fotos presentan a las niñas «más o menos como putas». Es una forma, cruda e inequívoca, de decirlo. Otra es la del diseñador Alexsandro Palombo, que ha re

producido en su blog las páginas del reportaje con una leyenda superpuesta, ‘El regalo perfecto para pedófilos’, e incluso añade posibles eslóganes para comercializarlo: «¿Le gustaría ver a niñas pequeñas guiñando el ojo, maquilladas y arregladas como si fueran busconas esperando clientes? ¿O quizá las prefiere con profundos escotes, mostrando los muslos y tambaleándose sobre tacones de 30 centímetros? ¿O quizá le resulta más excitante colocarlas en situaciones que sugieran juegos sáficos?». Frente a estas críticas descarnadas, no faltan defensores que ven en el reportaje una evocación de la costumbre, tan propia de las niñas pequeñas, de maquillarse y vestirse con la ropa de sus madres. «Sí, las niñas juegan a arreglarse –replica en un foro una madre disgustada–, pero esa práctica está llena de prendas mal emparejadas, manchas de maquillaje, zapatos de plásticos, risas y tonterías. Mírales a los ojos: ahí no hay risas ni tonterías».

La estrella de 14 años

Al final, como en otros escándalos similares, el debate se centra en si las connotaciones sexuales están en la mente del espectador o formaban parte de la intención de los autores. «Evidentemente, no le sucede solo a una persona, ni tampoco les sucede solo a personas con una desviación. Si las imágenes provocan esa reacción, habría que evitarlas», reflexiona Félix López, catedrático de la Universidad de Salamanca especializado en psicología de la sexualidad, que encuadra el reportaje de ‘Vogue’ en una tendencia dominante en el mundo de la moda: «Se está produciendo una comercialización de la infancia. Ylas niñas empiezan a tener objetivos, valores, inquietudes y gustos impropios de su edad. El mundo de los adultos está arrasando el mundo infantil». El reportaje de Lea, Prune y Thylane no debería hacernos olvidar que, en portada de la misma revista, Tom Ford aparece detrás de una mujer con los ojos cerrados que entreabre unos labios carnosos, como entregada a un desconocido éxtasis: se trata de la cotizada modelo holandesa Daphne Groeneveld, que acaba de cumplir los 15 años y en el momento de la foto tenía aún 14.

Ese juego de edades se ha convertido en un recurso habitual en el mundo de la moda. «La imaginería publicitaria está repleta de fotografías en las que mujeres adultas se visten como chicas jóvenes y, a la inversa, chicas jóvenes se arreglan como mujeres mayores, ofreciendo un auténtico festín visual basado en la fantasía pedófila», resume la socióloga estadounidense Debra Merskin, experta en la imagen de la mujer en los medios, que se declara «consternada y alterada» por las niñas de ‘Vogue’. «Estas representaciones –explica a V desde la Universidad de Oregón– han entrado en la cultura establecida, están en los anuncios de moda y en los programas de televisión sobre concursos de belleza infantil, y eso hace que se acaben viendo como algo normal y natural». Por supuesto, las adolescentes encarnan a la perfección el ideal estético de muchos diseñadores, que buscan mujeres sin curvas, sin carne, reducidas a una osamenta de facciones atractivas. Son perchas perfectas como la australiana Maddison Gabriel, que protagonizó su propia polémica en 2007, al ser elegida imagen de la Semana de la Moda de la Costa de Oro australiana. Tenía entonces 12 años, y hasta el primer ministro de su país clamó por «preservar alguna noción de inocencia en nuestra sociedad».

El siguiente paso, más allá de los ‘teens’, son lo que el mundo anglosajón llama ‘tweens’, las preadolescentes a partir de 7 u 8 años. Vivimos en un mundo donde se considera creadoras de tendencias a personitas como la actriz Elle Fanning, de 12 años, o Willow Smith, la hija de Will, de 10, y en el que las niñas se han convertido en un mercado tan exigente como rentable. La Asociación Americana de Psicología ya ha denunciado la creciente sexualización de este grupo demográfico, con ejemplos como los tangas con mensajes picarones para crías de 7 años o las muñecas enfundadas en cuero, esas con las que seguramente jugarán Lea, Prune y Thylane cuando se quiten el taconazo y recuperen la altura y el aspecto de su edad.