El escritor, en el momento de recibir el nombramiento entregado por la alcaldesa. / FRANCIS JIMÉNEZ
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El mundo De Ory

El Ayuntamiento nombra Hijo Predilecto de Cádiz al poeta promotor del 'postismo' nacido en la Alameda

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Alguien nacido en el número 18 de la Alameda Apodaca necesita pocos documentos para sentirse gaditano. Se crió tan cerca del mar que pronto quiso cruzarlo. A los 19 años se fue y, previo paso por Madrid, recorrió ciudades de uno y otro lado del Atlántico, saltó el Estrecho en ambas direcciones. Se afanó en cruzar las aguas ante las que creció para fijar, finalmente, su residencia en Francia. Pero eso es una anécdota, aunque marchó, siempre ha estado.

Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923) recibió ayer el título de Predilecto de su ciudad natal. El de hijo lo tuvo siempre. Para formalizar el afecto gaditano hacia uno de sus más brillantes y activos poetas, el Ayuntamiento se reunió bajo mazas, con todo el boato y la ceremonia que tienen este tipo de acontecimientos.

De Ory, a punto de cumplir 82 años, los desmontó con la calidez y la cercanía del que viene de vuelta, del que sólo aprecia ya los afectos y las sensaciones.

Rodeado de buena parte de su familia -dos de sus hermanos no se separaron de él en una de las pocas ocasiones que tienen de verle-, el escritor recibió el nombramiento de manos de Teófila Martínez, alcaldesa de Cádiz y oficiante del ritual de compensación celebrado ayer.

La Diputación Provincial de Cádiz ya le honró en su día. Ayer, el Gobierno local también corrió a sumarse a los reconocimientos a una de las glorias que le quedan a las letras gaditanas. Ojalá todos los piques entre administraciones tuvieran tan buenas intenciones y tan felices finales.

«Rebelde y apasionado, poeta oculto y de culto», le definió la regidora que pareció contagiarse del furor lírico que transpira el homenajeado.

Después, sintetizó como pudo tan vasta trayectoria creativa, le recordó como padre del postismo y relató con entusiasmo cómo una antología de Félix Grande le recuperó para la gran mayoría de lectores y le descubrió ante los ojos curiosos de las nuevas generaciones.

La alcaldesa destacó los vínculos, históricos casi, del autor y su familia con la cultura gaditana. «Hijo del poeta Eduardo de Ory, creció cerca de la biblioteca acristalada en la que su padre guardaba tantos tesoros», rememoró Teófila Martínez.

Su familia gozó de buena amistad con Rubén Darío, así que estaba predestinado. Del lugar en el que le acunaban al mar no hay ni 50 metros de distancia. Así las cosas, su sino estaba escrito. Iba a ser poeta y marino (cursó estudios de náutica), escritor y muy viajero.

En una de tantas travesías, ha vuelto a reencontrarse con Cádiz y ha descubierto que la ciudad le quiere más que nunca. Ahora, creerá que se va. Como ha hecho tantas veces. Pero, como siempre, se queda.

(Información publicada por LA VOZ el 19 / 02 / 2005)