día de la patrona

La rubia que no convenció a los gaditanos

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Debía fijarse en las fotos que a buen seguro las aristócratas damas gaditanas le llevaban. Pero no lo hizo. El sacerdote y escultor Félix Granda (1898- 1954) se quedó prendado de una de las señoras que viajó hasta Madrid para pedirle una nueva talla de la Patrona, que había sido destruida por el incendio provocado por unos exaltados en mayo de 1931. Y María Pepa Díaz quedó plasmada por obra y gracia de las gubias de Granda en la Virgen del Rosario.

Cabellos rubios, ojos verdes y un rostro maduro configuraron una imagen fuera de los cánones establecidos que el autor asturiano entregó en 1933. Una bella imagen a medio camino entre la rotundidad nórdica y la belleza andaluza que rompió la iconografía de la Virgen del Rosario de Cádiz. Pero la belleza exótica de Granda no llegó a cuajar en una sociedad acostumbrada, bajo el peso de más de 300 años de historia, a la impronta de la anterior, como recuerda el historiador Ángel Mozo Polo en la obra editada en 1997 con motivo del Cincuentenario de la Coronación.

A pesar de que el sacerdote sólo tuvo que tallar una cara nueva (las manos y el niño de la anterior fueron salvadas del fuego), la recién estrenada Patrona no adquirió esa unción que hace a las imágenes religiosas mover masas de fieles. El pueblo gaditano rápidamente comenzó a llamarla cariñosamente como ‘La rubia de Granda’.

Ni siquiera la prensa del momento pareció simpatizar mucho con la obra. El día 23 de diciembre abre Santo Domingo tras los intensos trabajos de restauración. Al día siguiente, una nota muy escueta habla de su reapertura y de «una imagen de la Santísima Virgen del Rosario, cuyas manos y el Niño Jesús que sostiene en ellas, pertenecen a la imagen destruida». Nada más, no hay referencias a los detalles de esta nueva talla ni del autor de la misma.

Llegó la de Andes

Y los dominicos, conscientes del moderado afecto gaditano hacia La rubia de Granda , terminan por retirarla del culto y guardarla en forma de busto en las dependencias del Convento. Corre el año 1943 y encargan a una nueva talla al imaginero y sacerdote sevillano, José Fernández Andes. Tampoco ésta se parece a la del siglo XVII, pero no dista tanto de su impronta. Y ella sí recibe el cariño gaditano hasta el punto de ser coronada en 1947.

Año en el que Granda vuelve a Cádiz, ya no como imaginero si no como genial orfebre. Se hace cargo de una antigua corona adquirida al Convento de la Candelaria y la enriquece con piedras preciosas y le coloca una especie de Toisón de Oro. Quienes recuerdan la visita de Granda de aquel año, hablan de un hombre corpulento, de sotana impoluta y «con cierto aire de suficiencia», como explica Mozo Polo. Un aire engreído y altanero quizás provocado por su fama como gran orfebre y joyero, creador de una de las grandes preseas de Cádiz. O quizás motivado por el resquemor que le provocaba la ciudad que le dijo ‘no’ a su rubia.