Opinion

Posición dominante

Google ha de respetar las normas sobre propiedad intelectual en las sociedades libres

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La indiscutible supremacía que Google ha logrado como buscador de Internet le permite valerse de una posición dominante en tanto que su alcance es tan global como la propia Red. Las prevenciones que esa misma posición suscita entre los usuarios no logran ensombrecer las indudables ventajas que les reporta. Un negocio basado en facilitar una información inabarcable a un número creciente de internautas, a cambio de que se expongan a una publicidad también creciente, encuentra su clave de éxito en el hecho de que los costes de tan colosal empresa resultan poco menos que insignificantes. Entre otras razones porque se beneficia de contenidos que no genera y de los que dispone, bien porque sus propietarios legítimos se ven compensados por la notoriedad que les brinda el buscador, bien porque se sienten inermes a la hora de exigir algún tipo de compensación. La vida paralela que describen Internet y Google plantea a esta compañía una doble responsabilidad: la de contribuir al libre flujo de informaciones y contenidos en la Red y la de respetar los derechos que correspondan a sus titulares. La deplorable connivencia con la que Google se avino a colaborar con el régimen chino para coartar la libre transmisión de noticias y opiniones procedentes del país ha mostrado su otra cara en la acción aparentemente concertada que 'hackers' chinos han desarrollado para apropiarse de información sensible sobre la arquitectura del buscador. Google no debería aprovecharse de su naturaleza global para saltarse las normas que rigen el comercio y la propiedad intelectual en las sociedades libres. Por otra parte, es imprescindible que la producción de contenidos quede amparada también por la capacidad que los creadores e informadores, y las sociedades a las que ceden sus derechos para su explotación, muestren a la hora de preservar los mismos ante los tribunales o en una negociación que permita compartir los beneficios resultantes. En este sentido, las empresas editoras tienen ante sí un cometido ineludible tanto respecto a sus particulares intereses económicos, como a favor de los profesionales de la cultura y la información. Pero es indudable que la ventaja con que cuenta Google sólo podría verse moderada si otros buscadores, generalistas o especializados, comenzasen a disputarle el terreno.