tragedia en el caribe

Reparto de ayuda con escolta

El riesgo de una avalancha de desesperados y de que la comida acabe en el mercado negro manejado por las mafias es demasiado alto en Puerto Príncipe

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Ayer contábamos cómo Delcy Evens pedía airado a la ONU agua, comida, ropa y alimentos. Tenía detrás mujeres, niños y bebés deshidratándose al sol desde hacía cuatro días. No recibiría nada. Era el segundo día que veía pasar por delante un camión de víveres con la promesa de que alguien más lo redistribuiría porque el protocolo prohíbe entregarlas directamente a la gente, pero Evens y su gente ni siquiera olieron las galletas fortificadas. Si ayer ya estaban cabreados, ¿cómo reaccionarán la próxima vez que un camión de ayuda humanitaria pase frente a su campamento de olvidados?.

En la ONU lo saben, por eso no salen sin una buena escolta de cascos azules armados hasta los dientes. Tanquetas si se trata de agua, lo más codiciado. Esperan que eso sirva para disuadirles, que nunca tengan que pegar un tiro, porque todo el mundo teme que el primer asalto a un camión sea el empujón al abismo final.

En Carrefour, el segundo barrio más pobre de Haití, epicentro del seísmo que ha puesto el tiro de gracia a sus miserias, el Programa Mundial de Alimentos ni se hubiera atrevido a repartir si no tuviera dentro a alguien que le ayuda a organizar la distribución. El riesgo de una avalancha de desesperados y de que la comida acabe en el mercado negro manejado por las mafias es demasiado alto.

Su hombre de confianza es el sacerdote católico Morachel Bonnomme, al que la naturaleza pareció mandarle un mensaje divino al derrumbar los muros de su colegio. Ahora 5.600 personas, perfectamente registradas a mano por las religiosas acampan en sus patios. Las puertas están abiertas, para bien y para mal. "Es un poquito inseguro", admite el sacerdote. "Por las noches viene gente a robar y a violar a las mujeres. Son personas malintencionadas, pero ya lo eran antes del terremoto". Hasta la donación de tiendas de campaña que hace poco había recibido de la organización "Comida para los Pobres" ha resultado providencial. "Lo que necesitamos urgentemente por este orden es agua, comida y tiendas de campaña.

"Después habrá que construir viviendas"

Con inmaculada dedicación las religiosas han organizado a las familias por grupos y llaman a cada representante por su nombre y apellido a través de un humilde megáfono que no se oye más allá de dos metros. Por eso el orden de la cola dura poco más de quince minutos, hasta que el hambre rompe la barrera humana con la que se intentaba contener la desesperación. Poco ha durado el mensaje en creole de "respeto, silencio, disciplina y paciencia" que las salesianas les hicieron repetir como una plegaria antes de empezar la distribución más delicada que hubiera llevado a cabo la ONU hasta ese momento.

Con todo, su portavoz Alejandro López-Chicheri se acuesta esa noche satisfecho. No hubo heridos, no tuvieron que usar la fuerza, las galletas no acabaron en malas manos, logró desactivar a los cabecillas que hubieran boicoteado la operación asignándole tareas de responsabilidad Todo un éxito, aunque decenas de miles de personas que acampan a la afueras de la calle Coteblage sólo masquen resentimiento e irritación, empezando por el predicador evangelista que empieza a ver en esto una revancha religiosa. Y hasta los de dentro se sienten insatisfechos con las preciadas galletas, que no les hacen retirar la pancarta en inglés que lanza un grito al cielo: "Queremos comidas (sic)".

No saben lo que piden. Ese día, no muy lejos de allí, cerca de la montaña de cascotes que otrora fuera el Ministerio de Asuntos Exteriores, un helicóptero estadounidense intentó aterrizar para repartir raciones militares. Vimos correr a la gente saltando unos encimas de los otros, agarrándose al pájaro de hierro para volar en sus alas y apagar el rugido de sus estómagos. "Se asustaron", contó después Wilson, un teniente del ejército estadounidense que admitió el error de la decisión tomada por sus compañeros. "En vez de volverse a la base decidieron tirar las cajas y se produjeron algunos lesionados". En realidad hubo una verdadera batalla campal por cada una de las raciones que se lanzaron al aire desde 19 helicópteros, idea propuesta por la secretaria de estado Hillary Clinton, que ese día visitó la escena. Y es que no todo lo que cae del cielo es maná, ni la solución es tan simple como parece.