Barack y Michelle Obama se dirigen a la Casa Blanca tras bajar del helicóptero presidencial. :: EFE
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El agridulce aniversario de Obama

La impopular reforma sanitaria y el retraso en el cierre de Guantánamo lastran al presidente, que en noviembre afronta los comicios para renovar el Congreso El líder demócrata cumple su primer año en el poder con sus soñados cambios a medio hacer

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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Un año después desde que su 'Sí, podemos' reverberara con fuerza en las escalinatas del Capitolio durante la solemne ceremonia de juramento como el 44 presidente de Estados Unidos, Barack Obama afronta su primer examen serio en la Casa Blanca con una larga lista de tareas pendientes y con la sensación, reconocida por él mismo esta semana, de que todavía no ha podido generar buena parte de los cambios prometidos a sus compatriotas.

Visto de otra manera: eran tantas las expectativas depositadas en la capacidad transformadora del líder demócrata que sus logros parciales le saben a poco a una mayoría de votantes y partidarios. Desde la reducción de la tensión en Irak a los niveles más bajos desde el comienzo de la guerra hasta su relativo éxito en limitar la capacidad de maniobra de los poderosos 'lobbies' que operan en Washington, su Administración ha hecho algunos progresos evidentes. En otros muchos casos, sin embargo, el presidente no ha tenido más remedio que afrontar la realidad política y aceptar -a veces a regañadientes- compromisos que lo han dejado expuesto a críticas desde todos los frentes.

Había prometido no subir los impuestos y reducir el gasto público, pero la gestión de la crisis y el agravamiento del conflicto afgano lo han llevado a hacer todo lo contrario. También fue muy vehemente al anunciar el cierre de Guantánamo para comienzos de 2010 y dar así carpetazo a uno de los capítulos más oscuros de la era Bush. Tras explorar incontables vías, la idea de repartir presos dentro y fuera de EE UU tropieza con variados inconvenientes. Para colmo, los fallos de seguridad en el atentado frustrado de Detroit han ralentizado cualquier movimiento ante la evidencia de que algunos ex detenidos en Cuba dirigen ahora células de Al-Qaida en Yemen, el nuevo vivero de la red terrorista.

Una «dura» transformación

A su inquebrantable espíritu para transformar las vías de hacer política, Obama añade esa mezcla de optimismo y perseverancia que ha caracterizado su discurso desde sus tiempos de candidato. «Nos movemos de forma sistemática para traer el cambio, pero el cambio es duro y no se consigue de un día para otro», dijo con una de sus frases distintivas mientras explicaba el pasado marzo a un grupo de ciudadanos el alcance de su reforma sanitaria.

Para muchos, todo va más lento de lo previsto, incluso haciendo buena la máxima de que hacer política no es lo mismo que conquistar el corazón de los electores. Y es que durante sus dos años de campaña Obama se atrajo a sus futuros votantes con un poderoso discurso que la mayoría creyó a pies juntillas, daba igual que hablara de la retirada total de Irak o de implantar un sistema universal de salud al más puro estilo europeo.

Aunque no es cierto que el mandatario vaya camino de conformarse sólo con victorias parciales -la descafeinada ley de reforma sanitaria a punto de aprobarse en el Senado sería el ejemplo más recurrente-, muchos de los que creen en su potencial estiman que las grandes decisiones de este primer año están teñidas de pragmatismo y que ha dejado a un lado su principal apuesta ideológica: dar un nuevo impulso con medidas de gran calado a la devaluada democracia americana.

En cualquier caso, Obama juega con la baza de que doce meses en el puesto es un período demasiado corto que no va a determinar el balance final de su proyecto. Lo lógico, argumentan sus colaboradores más cercanos, es que en un año donde la recesión ha golpeado a millones de estadounidenses y donde sigue sin atisbarse un final a las guerras de Irak y Afganistán la popularidad del inquilino de la Casa Blanca se haya estancado. En estos momentos son tan numerosos los estadounidenses que consideran su gestión de forma negativa como quienes le dan un ligero aprobado. Muy lejos de los altísimos índices de apoyo de los primeros tres meses de su mandato.

Lo que sí parece claro es que 2010 es un año para la acción si los demócratas quieren llegar a las legislativas de noviembre en condiciones de mantener la mayoría de la que disfrutan en el Congreso, consulta en la que se renueva la totalidad de los escaños en la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Para entonces ya no podrán acudir a la retórica de la herencia dejada por Bush y tendrán que defender con uñas y dientes los logros del Gobierno, especialmente el desarrollo de la reforma sanitaria y el alcance de la incipiente recuperación económica.