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Padres que se convierten en ogros

VITORIA. Actualizado: Guardar
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Resulta inevitable echar un vistazo al tenis femenino cuando se alude a la precocidad exagerada en el mundo del deporte. Como señala el psicólogo Vicente Lafuente, en ese microcosmos abundan padres propios del generalato, la disciplina espartana y la permanente consigna del 'ordeno y mando'. Uno de los casos más paradigmáticos y tristes lo sufrió Mary Pierce, francesa nacida en Canadá. A los catorce años su figura esbelta, elegante y delgada irrumpió como un torbellino en el circuito profesional. La entrenaba Jim, su progenitor, un ser deslenguado y sin escrúpulos que montaba espectáculos dantescos en los partidos que disputaba su hija.

Pierce, ya retirada y de 34 años, acumuló dieciocho títulos de la WTA, entre ellos dos 'Grand Slam' (Australia y Roland Garros), y llegó a encaramarse al podio, el tercer puesto, en la clasificación mundial. Lo hizo mientras Jim gritaba en la grada lindezas como «Mary, mata a esa mujerzuela». La desmesurada presión que soportaba la tenista, víctima de abusos físicos y verbales tras un entrenamiento presuntamente deficiente o una derrota, rozaba lo insufrible. Incluso el circuito femenino tuvo que promulgar la ley 'anti Jim Pierce' después de que el ogro agrediese a un espectador en el transcurso de un partido. Cinco años de veto en las pistas. La historia concluyó como el rosario de la aurora, con demandas judiciales cruzadas entre hija y padre. Mary hubo de soltar pasta para, por fin, apartarle de su camino y experimentar una calma que desconocía.

Talento natural

Y qué decir de Jennifer Capriati, la estadounidense que batió todas las marcas prematuras con su debut en el circuito profesional a los trece años. A esa edad disputó nada menos que la final de Boca Raton tras dejar en el camino a cuatro cabezas de serie. Se convertía así en la mujer más joven en llegar a la última ronda de un torneo profesional. Capriati era un talento natural que se encaramó a los puestos más honorables del ranking mundial frente a chicas que podrían ser sus primas mayores. En 1993, saturada de agobio y tras colgarse el oro olímpico de Barcelona un año antes, decidió aparcar la raqueta y dedicarse a los estudios universitarios.

Poco después los teletipos mostraban su rostro estropeado por la ficha policial tras descubrir mediante unas cámaras de vigilancia su robo en una tienda. Al año, en 1994, era detenida de nuevo, en esa ocasión por posesión de marihuana. Sin embargo, Jennifer Caprati pudo detener a tiempo su peligrosa caída a los abismos y rehabilitarse para volver a jugar al tenis de máximo nivel.

Lo consiguió hasta tal punto que ganó Australia y Roland Garros en 2001, año en el que alcanzó la cima del tenis mundial. Ahora, a sus 33 años, vive apartada en Wesley Chapel (Florida), observando sus catorce títulos, tres grandes entre ellos.