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Levedad frente al vendaval

Alberto Campo Baeza vio la luz de Cádiz cuando era infante. Desde su ventana contemplaba el Castillo de San Sebastián y La Caleta, muy próximo a Entrecatedrales

DOCTOR EN ARQUITECTURA Actualizado: Guardar
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Alberto Campo Baeza, uno de los mejores arquitectos del panorama actual, vio la luz de Cádiz cuando tenía poco más de un año de edad. En 1948 su familia, procedente de Valladolid, se instala en una casa cuyas ventanas asomaban al Castillo de San Sebastián y a La Caleta, muy próxima a su reciente obra, el espacio Entrecatedrales, tan ligera y precisa como sólo él sabe hacerlo, y desde la cual se ve la luz sobre el Mar de Vendaval, entre las piezas más contundentes de la ciudad.

Este borde de la ciudad reticular ceñida por la mar, el Campo del Sur, anhelaba una intervención que sólo la sensibilidad de Campo Baeza podría ingeniar. Él siempre sostuvo que la arquitectura es una idea construida. Se necesitaba una gran idea para coser dos piezas de notable entidad, tanto materia como simbólica.

Estamos ante la intervención moderna más sugestiva de una serie pautada que muestran en esta fachada marítima el valor del Moderno cuando se inserta en el tejido histórico regenerándolo: Edificio Olivillo, Escuela de Náutica, Espacio Entrecatedrales y Viviendas de Otero y Siza.

Antes de escribir este artículo revisité la doble plaza. El espacio presentaba al luminoso día otoñal una palpitante aglomeración, esencia aguda de la vida: los turistas hacían fotos, los niños correteaban por las rampas, las muchachas ofrecían al sol su piel liviana, los ancianos reían sentados, mujeres y hombres paseaban sobre el primoroso adoquinado. Pensé que la buena arquitectura no necesita explicarse, se explica sola, todo aquel bullicioso gentío la había entendido y sabía vivirla.

El uso público de los espacios es prueba cabal del acierto en su configuración. No es tanto el valor intrínseco de la propia obra que ya es mucho, sino cómo esta se inserta en el lugar y lo humaniza. Porque la naturaleza es telúrica y el arquitecto introduce la geometría, que la hace asequible al pensamiento a través del cual entendemos y usamos todo cuanto nos rodea. En este complejo ejercicio de humanización del medio, Mies Van der Rohe levanta mediante pilotis la sencillez del plano. Esta lección de simplicidad en la organización del espacio la desarrolla Campo Baeza hasta extremos que sorprenden por su contundencia.

Tres principios caracterizan la obra de Campo: la luz, la precisión y el plano como recurso para posicionarse en el medio. Un método riguroso que siempre ofrece excelentes resultados.

En esta intervención destacan tres aciertos. El principal, la ligereza como estrategia para resolver el intersticio entre dos masas contundentes, las dos catedrales. No hubiera tenido sentido introducir otro elemento masivo.

También su tenaz precisión, como Mies, como Sota. Precisión en planta, resolviendo con sorprendente inteligencia el encuentro entre dos geometrías, el ábside de la Catedral Nueva y el giro que produce la Capilla del Sagrario con traza de torreón militar. Acertado tratamiento del contorno de la Catedral Nueva mediante fosos, mientras que, apoyándose en la fachada de la Casa del Obispo, gira la retícula para adoptar la directriz del torreón.

Precisión también en las elevaciones, la plaza superior se levanta para contemplar el Mar de Vendaval «como si de la cubierta de un barco se tratara». Voladizos metálicos protegen la atalaya del tráfico que pudiera entorpecer la vista del océano. Quizás hubiera sido deseable algo más de altura para obtener un mirador más despejado.

Por último, destaca la integración del espacio en su entorno. En los planos horizontales se resuelve mediante el adoquinado que en la plaza baja es piedra Sierra Elvira mediante un despiece menudo, que ofrece una lectura muy inteligente de la habitual baldosa hidráulica de tacos; y mármol blanco en el plano superior y en las rampas, referencia a la fachada trasera de la Catedral Nueva. Aún más, el telón de piedra ostionera ofrece una continuidad al plano vertical que configuran los lienzos de las catedrales.

La plaza mirador se organiza mediante dos elementos que invitan al sosiego: el umbráculo desde el cual la visión del luminoso horizonte induce sueños marineros; así como la bancada rectangular ya en el borde, más próxima al bullicio de la vía que recorre el borde de la ciudad.

Los croquis previos -que pueden verse en la 'Monografía', de la Editorial Electa-, presentan una perforación que hubiera permitido a la luz penetrar el parque arqueológico. La plaza se hace mirador pero es también cubrición de un rico yacimiento. La comunicación entre la atalaya y las ruinas quedó descartada en la obra finalmente ejecutada. Esta perforación hubiera convertido el espacio en una plaza tridimensional. Anoto la duda si bien no cuestiono la decisión, de seguro meditada, en obra tan bien conseguida.

Por demás, el blanco dominante da coherencia a la intervención, así es como se pintan los barcos. La pureza del blanco no es sólo constante en la obra de Campo Baeza y en el Moderno como estilo, también es el color propio de una ciudad meridional. Sostenía Zuloaga que, «si bien la luz del norte matiza una amplia paleta, la clara luz del sur reclama la sencillez y la pureza del blanco. El fondo de piedra natural dota de fuerza al lugar y arropa la liviana blancura de las plazas».

El autor propone instalar provisionalmente piezas procedentes de otros espacios culturales: el gran Trajano de Baelo Claudia o la Galeona que a tantas tormentas ha sobrevivido. Tampoco vendría mal algo más lúdico como un buen bar. Sería una delicia contemplar el recorrido del sol hacia La Caleta tomando un sabroso café o una saludable copa.