TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

Boyita tu eres roja, boyita tu eres gualda

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Si siete años atrás nos enfrascábamos en una pintoresca miniguerra con Marruecos a propósito del islote de El Perejil, esta vez hemos conmemorado el 20-N peleándonos con la Pérfida Albión por unos ejercicios de tiro que tenían como blanco una boya con los colores rojo y amarillo, gualda para los intelectuales.

Ocurrió en aguas de la Bahía de Algeciras, o de Gibraltar Bay como reza en las cartas marítimas inglesas. A siete o cinco millas de Punta Europa, según diferentes versiones, la dotación de la HMS Scimitar, una patrullera de la Royal Navy con dos ametralladoras pesadas emplazadas en popa, tuvo unas palabras el miércoles con la lancha Algeciras M-22 de la Guardia Civil, cuando los picoletos le afearon que estuvieran disparando contra nuestros colores patrios: «No pueden estar ustedes aquí, son aguas internacionales, están cortando nuestra proa, aléjense inmediatamente», les decían los marinos británicos mientras desmontaban el armamento.

El encontronazo, pregonado por el diario El Mundo, que ya se había hecho eco de anteriores rifirrafes entre ambas partes en ese mismo lugar, tenía lugar justo cuando el primer ministro británico, Gordon Brown, y el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, se ponían de acuerdo sobre quién era la persona más adecuada para el mini-ministerio de Exteriores de la Unión Europea. Quizá por ello perdió el cargo Miguel Ángel Moratinos, aunque ZP tampoco quisiera ni muerto perder de dicha forma a Curro en vísperas de que España inicie la presidencia europea.

El viernes, el director general de Política Exterior para Europa no Comunitaria y América del Norte, Luis Felipe de la Peña, convocó al nuevo embajador británico en Madrid, Giles Paxman, para pedir explicaciones y presentar una «protesta formal». Desde luego, el representante británico -hermano de Jeremy Paxman, un conocido presentador de la BBC y que prácticamente se ha desayunado en el cargo con este follón- no tardó en disculparse, anunció una investigación a fondo e incluso habló de «error de juicio y a la falta de sensibilidad» por parte de los artilleros de la Armada británica. Pero lo curioso del caso es que probablemente la diana elegida por la patrullera no fuera una bandera española propiamente dicha: ¿Qué haría nuestro invicto pabellón sobre una simple boya? Ya nos veo cambiándole la letra a la copla y canturreando todos boyita tú eres roja, boyita tú eres gualda, en lugar de banderita.

La bandera oficial de España obliga a que la franja amarilla cuente con el doble grosor que las líneas rojas, y la que ondeaba sobre la boya presentaba en la misma proporción los citados colores, lo que al parecer se corresponde con los del Gibraltar Regiment, con el código de señales marítimas de la Royal Navy, lo que vendría a equivaler a la letra M o R. Esos mismos colores son utilizados en las prácticas de tiro de la OTAN para representar al número 1: «En el futuro, usaremos una bandera alternativa», declaró un portavoz del ministerio británico de Defensa.

La dimensión pública de este lío, en cualquier caso tan inoportuno como pintoresco, refleja diversas pendencias en torno a la última colonia española. De un lado, la reconducción hispano-británica de las relaciones en torno a Gibraltar, en base al diálogo y la cooperación en temas domésticos, lo que llevó incluso a Moratinos a convertirse en el primer ministro español de Exteriores que visitaba oficialmente el Peñón, frente a las protestas del Partido Popular. De otro, las diferencias entre los mandos de la Guardia Civil que habrían mantenido una actitud más discreta y algunos de sus subordinados, que habrían llevado a cabo tanto la filtración pública de este suceso como de lances interiores en torno a estas aguas: en mayo, otra lancha española fue obligada por los británicos a dar marcha atrás. Precisamente, esa es otra de las claves del conflicto: en base al Tratado de Utrecht, Gibraltar carece de aguas internacionales pero es que a comienzos del siglo XVIII no existía el concepto de aguas jurisdiccionales; así que al Reino Unido se le concedió a ojo de buen cubero un perímetro mínimo de jurisdicción marítima en torno a su colonia, aunque España acaba de recibir la encomienda de defender la jurisdicción europea en esa misma encrucijada naval.

Si bien la Asociación Unificada de Guardias Civiles ha denunciado el «acoso constante» que las embarcaciones del Instituto Armado vienen sufriendo por las patrulleras británicas y de la Policía de Gibraltar, en medios británicos se critica que los guardias invadan el perímetro de tres millas que se le concede a la Roca. En cualquier caso, el mayor peligro estriba en que sendas tripulaciones van armadas y las chispas que cualquier día puedan saltar no serían de fogueo. Mañana se anuncia una reunión para fijar un protocolo al respecto.

De todas formas, nada nuevo bajo el sol: el jueves, el historiador Mario Ocaña presentaba en Algeciras El Estrecho de Gibraltar en las guerras napoleónicas (1796-1814). Guerra de corso, comercio, navegación y naufragios. Se trata de un nuevo ensayo sobre el tema de los corsarios algecireños, al que ya dedicó un anterior trabajo centrado en el siglo XVIII. Las cosas no han cambiado demasiado en dos siglos.