IMPRESIÓN PRESCINDIBLE

Cervantes, el atún y el muro

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Lo dijo don Vito, uno de los pocos profetas que nos quedan: «El que te proponga la reunión con el Turco, ése es el traidor». En política, el que más habla de paz, el que más invoca la libertad, suele ser también el primer carcelero, el presidente del club de hipócritas que integran los miembros del sindicato que se venden y venden al resto, los de la ONG que buscan su propio desarrollo y los de la asociación deportiva que se gastan la subvención municipal en rubicundas cervezas y voluptuosos chicharrones. El mismo que le propuso a Cervantes la reunión con el turco fue el traidor: la nación que lo envió a matarse en Lepanto lo dejó vendido cuando los piratas lo secuestraron y lo dejaron preso en Argel. Ahora los traidores son los estados que han propiciado que en Somalia no haya gobierno, que se han repartido sus recursos desvergonzadamente y ahora se alarman de que hayan proliferado en ese avispero chavales que, con radiografías del hueso de la muñeca o no, cojan su fusil y, como si el golfo de Adén fuera Las Cabezas, pidan peaje a todo el que se mueve. Y hacen de nuestros pescadores nuevos Cervantes.

El país que pregona la alianza de las civilizaciones, que aquí todos somos amigos y que, cuando llega el cumpleaños del presidente, reparte sugus entre los miembros de la ONU, es el sexto exportador mundial de armas según Amnistía Internacional. Lo malo de vender armas a troche y moche como el que vende pastillas del día después es que al final te acaban disparando con ellas. Irónico. Como cuando Bush le dijo a Gorbachov que tirara el Muro de Berlín y después su hijo le hizo uno en casa para que su Stasi dispara a los mejicanos. O cuando los que huyeron de la misma Alemania levantaron otro en la tierra que un profeta les prometió.