vuelta de hoja

Sala de espera

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La Providencia ha sido sustituida, no siempre ventajosamente, por el Fondo Monetario Internacional. Cada vez hay menos gente que diga eso de «Dios proveerá» y más que le haga caso al Ibex. Claro que también escasean las personas que vayan con impermeable a las procesiones donde se pide por las lluvias. La esperanza, entendida como préstamo que le rogamos al futuro, no atraviesa sus mejores momentos, ya que todos los vaticinios son lúgubres. Ahora nos cuentan que el nivel de riqueza anterior a la crisis no se podrá recuperar hasta el año 2014, cuando unos estemos criando malvas, que es sin duda un dificultoso cultivo si se está dentro de un tarrito de cenizas, por mucho sentido que tengan y por muy enamoradas que sigan estando.

El presente es una poderosa divinidad, según se dice, y a los españoles nos la han aplazado. El porvenir, que no tiene la menor idea de puntualidad, al menos ha tenido la cortesía de anunciarnos un retraso. Está en camino, pero el paro y el tsunami inmobiliario van a demorar su llegada. Quien espera desespera. Mi muy amado Omar Kheyyam, poeta mayor, me convenció de despreocuparme por el mañana: «todos abandonaremos esta posada y nos pareceremos a los muertos de hace diecisiete mil años». Ese paisanaje en la muerte está claro, pero es sumamente desagradable que en la posada se coma tan mal y trágico que a muchas personas no les concedan acceso.

Un lustro en la sala de espera se nos puede hacer muy largo, sobre todo para los que no somos VIP. Dentro de cinco años no estaremos aquí ni para contarlo, ni para decepcionarnos con sus promesas. En mi caso particular no deseo ser testigo de ese bienestar. Allá ustedes. Les deseo que les vaya bien. Suerte para todos.