IV Salón manga de Cádiz

Fiebre Manga en Cádiz

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Yoko acompaña a sus amigos Kamina y Simón en su lucha por salvar al planeta de unos malvados robots. Tiene mal genio, pero cuando está tranquila es una chica encantadora. Su traje de guerra es un minúsculo bikini y unos pantalones extremadamente cortos. Una frondosa melena azafranada cubre gran parte de su cuerpo, al que guarda con un rifle enorme. La batalla de Alejandra son los estudios. Cursa primero de Bachillerato y aspira a convertirse en ingeniera. No tiene enemigos a los que eliminar de la faz de la tierra, ni compañeros tan valientes como Kamina y Simón. Viste como cualquier chica de su edad, más bien recatada.

Yoko y Alejandra son la misma persona. Al menos lo fueron por unas horas. Ayer, durante la jornada fuerte del IV Salón Manga de Cádiz. Idénticas, aunque la gaditana –ya habrán adivinado que Yoko es japonesa– se dejó el arma en la fábrica. Lo está preparando para el inminente Salón de Barcelona, que se celebra en la ciudad condal el fin de semana de Halloween. Ese tubo de pvc de dos metros, por supuesto sin munición, es el único detalle que le falta a Alejandra para mimetizarse con su ídolo de anime. «Me gusta este personaje por su ropa y su manera de actuar», cuenta mientras observa el vestuario que le tocaba ponerse ayer, para ejercer como jurado del concurso de cosplay del salón que se celebra hasta hoy en el colegio San Felipe Neri. El sujetador y los shorts, los guantes agujereados, las medias rosadas, la pasada del cabello, la peluca y las botas con cremalleras. Estas últimas le ha costado 70 euros y el pelo postizo, que adquirió por Internet, otros 50.

El día anterior hizo la metamorfosis hacia Rankalee, cantante del año 2059 de la serie Macross Frontier y hoy será Konata, de la serie Lucky Star. También se ha metido en el papel de la atractiva rubia Misa, aunque la joven reconoce que es demasiado tímida para presentarse a los certámenes, subirse al escenario y ser objetivo de las cámaras de fotografía.

Y no porque no tenga claves suficientes para llevar a cabo el método Stanivslasky en cualquiera de sus presentaciones. Las muñecas que decoran su habitación son de miniatura, las mira desde la cama, perfectamente ordenadas. 10 centímetros de plástico que protagonizan las series de anime que más popularidad tienen entre los jóvenes amantes del universo manga. Alejandra dice que ha visto 65 completas, todas por Internet, o lo que es lo mismo, se ha pasado casi dos meses de su vida delante del ordenador para disfrutar de las aventuras de estos simpáticos personajes, en su mayoría procedentes de la industria nipona.

Luis Cano, de 21 años, contabiliza 180 series visionadas y empezó, como la mayoría de los aficionados de su generación, con las peripecias de un tal Goku.

Ayer, mientras esperaba a Alejandra, o Yoko, se convertía en Aschrimson, uno de los papeles principales del videojuego King of figther. «A mí no me da vergüenza disfrazarme, el resto del año visto de lo más normal, así, para una vez que tengo oportunidad, lo hago sin tapujos», comenta este gaditano que presume de la fiesta del Carnaval. «También me encanta ir a la Viña todos los días, soy un chico de lo más corriente, que tiene los mismos gustos que cualquiera, además del manga». En su mesita de noche, el libro con el mismo título que el videojuego, comprado en Japón a través de la Red, comparte espacio con Papel mojado de Juan José Millás.

Ya no tienen el estigma de friki. O si los tienen, nada parece importarles. Cada vez son más. Saludables, dulces, espontáneos y muy agradecidos. A veces chirría tanta felicidad. Son adorables. Los hay románticos hasta la médula. La quinceañera Rocío Calero asiste al salón vestida con una faldita de tablas, una corbata, una peluca con coletas, calzas y cascos. Pizpireta, asume el rol de Hatsune Miku, una cantante virtual muy famosa en Japón. Es su primera vez, aunque lleva años en la asociación que organiza el exitoso Salón Manga de Cádiz. Si se le pudiera etiquetar como friki, lo sería por su amor al manga, «leo muchísimo», reconoce. Empezó con Sakura, a los 8 años, y desde entonces no ha parado de ver y leer manga. «Soy fan de Shojo, la literatura más romántica de esta cultura. Me encanta ser mona y dulce», sonríe. Por esta razón, cuenta, sale a la calle a diario con una guisa muy parecida a la que lució ayer por el patio de San Felipe. «No puedo vestirme sin llevar lacitos», dice, aunque comparte los gustos de los heavies, sobre todo su música. Para cantar, eso sí, en japonés. Y no de manera ininteligible. Sus tarareos, piezas completas, están reforzadas con las lecciones que de manera autodidacta está adquiriendo del idioma oriental.

Próxima parada: Barcelona

La habitación de Rocío es rosa, impregnada del universo Hello Kitty. La de Yoko es más oscura. Los dibujos de Victoria Frances decoran las paredes. En el armario guarda cuatro pelucas y dos pares de botas. «De pequeña no le gustaba disfrazarse, y a mí que lo hiciera menos. Pero ahora me resigno, es lo que le gusta. Invierte mucho dinero y las mismas dosis de imaginación», resume su madre mientras contempla a su hija tiñiéndose de rojo sus cejas.

Son los únicos trucos de maquillaje que ha aprendido, pintar los huecos de las ojeras para que su mirada sea los más parecida posible a la de los dibujos japoneses. «Yo me lo hago todo. Mi aspiración es aprender a coser para confeccionar mis trajes». Es una de las habilidades que el jurado de cosplay más valoró ayer a la hora de elegir al ganador. Alejandra lo resume: «dificultad del traje, fidelidad entre la persona y el personaje y la actuación».

La cita de Cádiz no es la única en la que la joven se mete en el papel de sus heroínas. Cada vez con más ilusión afronta una nueva edición. Jerez, Puerto Real o Barcelona. «Este año por fin voy», dice entre tímidas sonrisas. Muy lejos quedan ya aquellas primeras series en alemán –su madre es de ese país– que vio por la tele cuando era una párvula. Ahora es una otaku de libro. «Me gustan los videojuegos, el manga, las bandas sonoras y todas los dibujitos». Próxima parada de Yoko, después de Barcelona, Japón. Y no para luchar contra máquinas deshumanizadas, sino para imbuirse en la cuna de su pasión. Se lo ha pedido para cuando cumpla la mayoría de edad. Como cualquier otro adolescente, soñando con sus ídolos.