Vecinos se bañan en la zona que el futuro albergará una playa. / V. LÓPEZ
CÁDIZ

El despertar de Puntales

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Puntales: para el gaditano, decíase del punto más lejano y apartado al que pueda ir una persona. Hasta hace unos años, esta podría ser la definición del barrio de Puntales en un hipotético diccionario gaditano. Sin embargo, ahora la situación ha cambiado. Para las vallas y alambradas que ahogaban a los vecinos, hace tiempo que sonaron las trompetas de Jericó. Como el popular pasaje bíblico, desaparecieron los muros que cercaban al barrio. Sin embargo, en este caso, no fue por intercesión divina. Muchas protestas de los vecinos han sido necesarias para que las tapias que aislaban al popular barrio hayan sido derribadas.

En Puntales, Cádiz tuvo su propio muro de la vergüenza, bautizado popularmente como la tapia de Campsa. Un abismo de ladrillos que obligaba a los vecinos a subirse a las azoteas para poder ver un mar del que los separaban unos escasos metros. No fue el único elemento que ahogó a los vecinos de Puntales: la central térmica ennegrecía su cielo y sus pulmones y los rellenos de Zona Franca los alejaron del mar. Con tantos impedimentos para disfrutar de la claridad y del frescor de Cádiz, resulta difícil creer que Puntales fue un paraíso salvaje que se adentraba en el mar en forma de espigón natural. Metros de playas de arenas blancas decoraban su litoral. Ahora, 14 años después de la desaparición de los depósitos de Campsa, Puntales se despereza con la ilusión de convertirse en inesperado eje socioeconómico de la ciudad.