Sociedad

Cuando el verano era azul

El barco de Chanquete ha encallado en una zona impersonal de Nerja donde lo invaden la corrosión y las pintadas

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El barco de Chanquete es bonito, pero da pena. Uno lo ve y se encoge de hombros. ¿Este es El barco? ¿Del que no se movía ni Dios? El turista duda. Decide volver sobre sus pasos y consultar a la recepcionista del hostal en el que se hospeda. «No, no se ha equivocado. Lo que pasa es que lo tienen un poco abandonado». Lo abandonan un poco más y acaba en el mar. La chica está incómoda. El turista, también. Intenta quitar hierro al asunto y promete regresar para verlo mejor. De nuevo, cuesta abajo.

Las pintadas y la corrosión seguían allí. Un tal Sergio ha firmado en la puerta que da acceso a la cubierta. Con spray azul, todo un detalle. Los nombres de Lorena, Miguel, Pablo, Paula y Cassy también adornan el casco de La Dorada. Son las ocho de la tarde de un viernes en Nerja y no hay nadie. Pasan cinco, diez, veinte minutos... Nada. El viajero recibió instrucciones claras de su jefe: «Quiero saber cuántas visitas recibe al año; cuánto vale la entrada; qué horario de visitas tiene; cómo es por dentro...». Sería más fácil averiguar quién mató a Kennedy. De todas formas, siempre estaba el recurso de la Oficina de Turismo. Una chica joven, apuesta, recibe al visitante.

-Hola, buenos días. Estoy preparando un reportaje sobre el barco de Chanquete y quería saber cuántas visitas recibe al año.

-No lo sé... pero mucha gente nos pregunta por el barco.

-¿Y cuánto tiempo lleva en su ubicación actual?

-Ufff, pues tampoco lo sé. Y la directora no está.

-¿Y quién lo mantiene?

-Es público... así que supongo que el Ayuntamiento. ¿No?

-¿El barco es original?

-Ah, no, eso sí lo sé. Es una réplica porque, al acabar la serie, se cargaron el original. Por favor, ¿me dice de dónde viene?

Más confuso que antes, el turista atraviesa las calles de la bella Nerja -una auténtica perla asomada al océano- en dirección al barco. De repente, un autobús. El corazón empieza a latir más deprisa. El autocar se detiene y bajan cinco personas. No tienen ganas de hablar. Sudan mucho y quieren que les lleven a la playa. Están hartos de hacer turismo «cultural».

Conforme avanza el día, se descorcha el goteo de las visitas. Tienen una duración media de tres minutos. No se puede acceder a la cubierta, no hay horario de visitas y tampoco se comercializan entradas. Nadie vigila el legado del viejo pescador. La Dorada, acomodada en el parque Verano azul, flanqueado por las placas con los nombres de los protagonistas de la serie (alguien robó la de Antonio Ferrandis). Una madre avisa a su hijo: «¡Mira, aquí vivía Chanquete!». El chico sólo tiene cuatro años. Y una Nintendo entre manos. La nostalgia es el patrimonio de los adultos.