El presidente del poder judicial, Mahmud Hashemi Shahrudi, recibe a Ahmadineyad en el estrado desde donde ofreció su discurso. / AFP
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Ahmadineyad presidirá un Irán dividido

Su investidura, boicoteada por la oposición en el Parlamento y en la calle, certifica que tras las elecciones de junio nacieron dos sectores irreconciliables

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Los dos iranes posteriores a las elecciones del 12 de junio volvieron a mostrar ayer al mundo sus diferencias. Mientras en el interior del Parlamento los diputados y altos cargos del régimen fieles a Mahmud Ahmadineyad, acompañados de una nutrida representación de diplomáticos destacados en Teherán, asistían a la ceremonia final de investidura presidencial del dirigente ultraconservador, en las calles miles de personas mostraban su rechazo al grito de «¡Muerte al dictador!».

Los aledaños del Majlis (Parlamento) amanecieron tomados por las fuerzas de seguridad y los paramilitares de las milicias islámicas del Basij, que, como ocurre en la capital desde hace siete semanas, tuvieron que emplearse a fondo para disolver a quienes exigen la repetición de unos comicios que consideran manipulados. Al menos diez manifestantes fueron detenidos, según las agencias.

«Yo, como presidente de la República Islámica de Irán, juro ante el sagrado Corán, la nación y Alá para ser el guardián de la religión oficial, la República Islámica y la Constitución», prometió de forma solemne Ahmadineyad. Frente a él, las butacas vacías de los diputados reformistas mostraban el descontento de este sector de la cámara con la reelección. Algunos no asistieron y otros dejaron la sala al inicio de la sesión como protesta.

En las primeras filas, al igual que el lunes en el acto de aprobación dirigido por el líder supremo, Alí Jamenéi, los pesos pesados de estos 30 años de república islámica volvieron a fallar a su cita con el régimen. No estaba el ex presidente Mohamed Jatamí, tampoco el también ex presidente Hashemi Rafsanyani, actual responsable máximo del Consejo de Discernimiento y de la Asamblea de Expertos, dos instituciones básicas en el funcionamiento del país. Y, por supuesto, faltaron los dos candidatos reformistas derrotados en las urnas, Mir Hussein Musaví y Mehdi Kerrubi, ex primer ministro y ex portavoz del Parlamento, respectivamente. Ambos se niegan a reconocer la actual presidencia y prometen seguir con su política frentista.

Desafío a Jamenéi

Esta nueva ausencia de los pesos pesados supone un desafío a Jamenéi, que aprobó la elección de un «honrado y trabajador» Ahmadineyad y volvió a mostrar en público su respaldo al dirigente fundamentalista. La cúpula islámica está dividida y 30 años de hermetismo y solidez pasan ahora por sus momentos más complicados. Ahmadineyad y el portavoz de la cámara, Alí Lariyani, hicieron repetidos llamamientos a la «unidad nacional», pero sus palabras parecen muy alejadas de la actual realidad en la república islámica.

Los medios reformistas informaron de que sólo «trece de los setenta» representantes en la cámara asistieron a un acto marcado por las palabras de Ahmadineyad contra Occidente. Siguiendo la línea iniciada en sus primeros cuatro años, el líder ultraconservador se dirigió a la nación para prometer «resistencia ante los poderes opresivos». Aunque aparentemente siempre se ha mostrado distante y ajeno a la oferta de distensión lanzada por Barack Obama tras llegar a la Casa Blanca, que caduca oficialmente el mes próximo, el presidente iraní insistió en su disposición a «un diálogo constructivo», sin entrar en más detalles.

Desde Occidente se reconoce al nuevo presidente iraní, pero países como Estados Unidos, Alemania o Francia han anunciado que no enviarán la tradicional carta de felicitación. Una tímida protesta por los graves sucesos ocurridos en Irán tras el pasado 12 de junio, que, según las autoridades, han costado la vida a 30 personas y cuyos principales instigadores han sido las potencias occidentales.

Ahmadineyad es consciente de la importancia geoestratégica de Irán y por ello no mostró sorpresa por esta medida, ya que, según dijo, «no estamos a la espera de ninguna felicitación. Estos países sólo admiten democracias que sirvan a sus intereses».

Ni una palabra sobre el contencioso nuclear que tanto preocupa a la opinión pública internacional. Se trata de un tema zanjado para un Ahmadineyad que en su primer discurso post electoral aseguró que esta polémica «forma parte del pasado».