TRIBUNA

El Yak-42, en la memoria; San Telmo y El Reina Regente, en el olvido

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La tragedia del Yak 42 ha sido tratada en el Congreso de los Diputados y por los medios de comunicación como el mayor desastre sufrido, en época de paz, por las Fuerzas Armadas. Desgraciadamente, la Armada sufrió dos desastres mayores por lo que se refiere a la pérdida de vidas en actos no bélicos. La ciudad de Cádiz vivió intensamente ambos sucesos.

El 10 de marzo de 1895 desapareció, en aguas del Estrecho de Gibraltar, el crucero Reina Regente con 412 marinos a bordo. El barco no estaba en misión de guerra. En 1819, en aguas al sur del cabo de Hornos y ante las costas de la Antártida, se perdió la última referencia del navío de línea español de 74 cañones San Telmo. Con él desaparecieron 644 intrépidos marinos españoles. Tampoco se trató de ninguna acción bélica. Lamentablemente, el análisis y estudio de estas tres tragedias arroja claras similitudes entre ellas. Si de los naufragios del Reina Regente y del San Telmo queda algún recuerdo, con sus dramáticas y crueles características, solo es en Cádiz donde aletea. Retrocedamos en el calendario para recuperar la memoria de ambos.

Diez de marzo de 1895. El crucero Reina Regente, orgullo de la Marina de Guerra española, zarpó de la rada del puerto de Tánger rumbo a Cádiz, pero nunca llegó. El barco desapareció. No hubo supervivientes, ni indicios de naufragio, ni barrunto de petición de socorro. El Reina Regente regresaba a España tras participar en una misión diplomática oficial ante el Sultán de Marruecos Muley Abdelaziz. La misión había zarpado de Cádiz rumbo a Tánger.

El barco se construyó en unos astilleros escoceses. Su diseño no fué muy afortunado y pronto demostró defectos estructurales. Ya en España, recibió una artillería sobredimensionada, lo cual elevó considerablemente su centro de gravedad. Todo esto supuso estabilidad precaria y malas condiciones marineras ante temporales duros. Tres de los comandantes que tuvo el Reina Regente denunciaron estos problemas; pero el Gobierno nunca reacondicionó el crucero. Aquel diez de marzo de 1895, en el oeste del Estrecho se desencadenó una fortísima borrasca del suroeste. Mar arbolada y confusa con olas de hasta 12 metros y vientos de más de 50 nudos. En estas condiciones no era nada prudente zarpar y emprender el regreso a Cádiz. Pero había órdenes estrictas de la superioridad. El Reina Regente debía estar en Cádiz el 12 de marzo para dar esplendor a la solemne botadura del crucero acorazado Carlos V. La ciudad estaba de fiesta y orgullosa porque el flamante barco, tras fuertes controversias, finalmente había sido construído en los Astilleros Vea-Murguía de Cádiz. Y el Gobierno necesitaba hacer ostentación con la botadura.

Lo cierto es que el comandante del crucero, capitán de navío Sanz de Andino, sometido a la presión de las órdenes recibidas al salir de Cádiz, decidió zarpar asumiendo los riesgos de las deficientes condiciones marineras del barco con mala mar. En resumen, hoy no admite duda el que las frías órdenes oficiales de despacho y las presiones por mantener apariencias políticas prevalecieron sobre el respeto debido a 412 marinos y sobre el sentido común. El Reina Regente no pudo con el temporal y se fue a pique, sin que nadie, en las altas esferas del Gobierno, asumiese la más mínima responsabilidad. Nunca se supo lo que sucedió. Durante años se hizo popular en Cádiz una coplilla que rezaba: «¿Qué barquito es aquél que viene dando tumbos? Será el Reina Regente que viene del otro mundo».

Once de mayo de 1819. Una escuadra española se dió a la vela en el puerto de Cádiz. La política española daba bandazos bajo el reinado de Fernando VII, quien, tras sus poco patrióticos escarceos con Napoleón y ante su vuelta al trono, necesitaba ganar popularidad. Con esta idea intentó apaciguar la emancipación de las colonias americanas, especialmente la del Virreinato del Perú, mediante apoyo financiero y moral. Pero como no se disponía de la necesaria escuadra, se decidió reunir una flota a toda costa. Y se produjo el escándalo público de la compra de ocho viejos barcos rusos de guerra que, en estado lamentable, se recibieron en Cádiz. Se habló de un corrupto contubernio político-financiero entre el rey y el zar, lo cual encrespó a todo el país, especialmente a los gaditanos. Y en plena restauración del absolutismo (La Pepa ya había sido abolida en 1814) se improvisó una división naval con barcos en estado deplorable.

El navío de línea San Telmo, buque insignia de la flota, salió en convoy con el navío Alejandro, uno de los comprados a Rusia, y con las fragatas Prueba y Primorosa Mariana. Todos los buques, incluído el San Telmo (que contaba con 31 años de servicio) se encontraban en pésimas condiciones, lo cual fue del dominio público en Cádiz, donde los decires populares apodaron al barco como El Navío Negro. La flota debía alcanzar el puerto peruano del Callao, doblando por el Cabo de Hornos. Antes de alcanzar el ecuador el Alejandro hizo agua y tuvo que regresar. El resto de la flota fue dispersado por las tormentas del Cabo de Hornos. El San Telmo desapareció, naufragando muy posiblemente ante las costas de la Antártida, donde fue avistado por última vez. Se perdieron 644 vidas, presumiblemente en horribles condiciones, en una aventura descabellada y estéril condicionada por la improvisación y la falta de medios. Prevalecieron los intereses mezquinos y personales de un rey, de su camarilla y de un gobierno miope ante el respeto y sensibilidad debidos a quienes servían al país.

Veintiséis de mayo del 2003. Se estrella en Turquía un avión Yakolev 42 que devolvía a España a 62 militares. El avión de fabricación exsoviética y que procedía de deshechos de la Aeroflot, contaba con 20 años de servicio. Volaba bajo las siglas UM Air, una compañía aérea ucraniana de escasa fiabilidad y bajo costo que utilizaba pilotos aventureros y mercenarios. El mantenimiento del avión, así como su estado y condiciones de seguridad en el vuelo, fueron motivo de denuncias previas al accidente por los propios militares. El gobierno de Noruega ya había rechazado la contratación del mismo Yak de UM Air para traer a casa a sus soldados destinados en Afganistán. El gobierno español no lo hizo. El avión se estrelló y murieron 62 militares españoles. Esta fue la primera y gran vergüenza que rodeó a este suceso. Luego, otra gran vergüenza a la hora de identificar cadáveres.

Se repetían en pleno siglo XXI las faltas de respeto y de sensibilidad que en el siglo XIX causaron las pérdidas del Reina Regente y del San Telmo. ¿Por qué los tres mayores accidentes que las Fuerzas Armadas han sufrido en misiones de paz tienen como denominador común las prisas, improvisaciones, las presiones y chapuzas políticas ante el respeto debido a las vidas humanas? ¿por qué se repite el empleo de medios deficientes?

La Audiencia Nacional ha dictado sentencia y condenado a los responsables de la no identificación de 30 de las víctimas del accidente aéreo. Esto sanciona la segunda chapuza cometida en el suceso. Pero de la primera, la más grave y la que de verdad provocó la muerte de 62 hombres, ¿no va a responder nadie? El Yak 42 debería generar un gran homenaje nacional a las 1.118 víctimas de las tres mayores tragedias que han sufrido las Fuerzas Armadas de España en tiempos de paz. Una compensación a la falta de respeto que sufrieron aquellos hombres y cuya iniciativa tendrían un claro y acreditado origen: Cádiz.