CÁDIZ

Hábil para serenar los ánimos

El prestigioso oncólogo tiene un don para controlar los temores

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Desconozco si el origen de su elección profesional se adentra en el fondo de su peculiar perfil humano o si, por el contrario, ha sido el ejercicio de su especialidad médica el factor que ha configurado su peculiar personalidad, pero el hecho cierto es que la imagen de seriedad, de discreción, de equilibrio y de control que proyecta el doctor José Manuel Baena es la manifestación directa de la importancia que él concede a la vida -y, por lo tanto, a la muerte- de los pacientes, el respeto que le infunde el dolor y el sufrimiento, y, sin duda alguna, el elevado nivel de compromiso ético y social con el que afronta sus delicadas tareas clínicas.

Todos -compañeros, sanitarios, enfermos y amigos- hemos podido comprobar cómo él asume su trabajo cotidiano con la responsabilidad del que es consciente del valor emocional y moral que sus delicadas decisiones alcanzan en la vida de sus numerosos pacientes. Todos tenemos constancia de que él sabe muy bien que sus dictámenes afectan a la médula del bienestar y de la felicidad de los enfermos. No me caben dudas de que sus actitudes tan humanas hunden sus raíces en la convicción de que, sin necesidad de recurrir al microscopio, él sabe que en las «entrañas» de cada célula humana late un ansia irreprimible de supervivencia y de bienestar.

Es en este fondo ético y psicológico donde, a mi juicio, se apoyan su elocuente discreción, su notable capacidad para escucharnos y para atendernos, su destreza para administrar las pausas y su habilidad para buscar las palabras adecuadas a cada situación. Tengo la impresión de que José Manuel posee una exquisita sensibilidad -sensorial y emotiva- y una amable delicadeza -ética y estética- para captar los ecos que despiertan sus explicaciones. Por eso le resulta tan natural atender, entender y comprender a los enfermos, para atinar con unas respuestas capaces de tranquilizar.

No es extraño, por lo tanto, que, en sus consultas, escuche más que hable, con la intención explícita de ponerse en la piel del enfermo y de sus familiares o, quizás, para descubrir las peculiaridades de su paisaje interior. Me atrevo a afirmar que José Manuel posee, además de com-prensión y com-pasión -traducción literal del griego sim-patía- una entereza y una ternura que generan un clima de confianza y que favorece una respuesta de gratitud y una sensación profunda de calma. Con nuestro común amigo, el doctor José Evaristo Fernández, hemos comentado su habilidad para serenar los ánimos, para infundir esperanzas, para controlar los temores y, en resumen, para estimular las ganas de vivir concentrando esos impulsos y aprovechando esas energías que activan el sistema inmunológico y multiplican los anticuerpos.

Su cercanía y su forma positiva de entrar en contacto con los pacientes son la demostración evidente de su relación positiva consigo mismo, de su fidelidad a sus principios y de su paz interior.