editorial

Jackson eterno

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Michael Jackson se había convertido ya en vida en un artista planetario, cuyo impacto en quienes amaban sus canciones y quienes no lo hacían sólo es comparable a fenómenos como los Beatles o Elvis Prestley. Pero su repentina muerte se ha transformado en un acontecimiento de repercusión tan global que no sólo certifica el fervor y el interés multitudinario que despertaba el último gran rey del pop. También constituye la metáfora final a una existencia definida por un talento musical indiscutible y una turbulencias interiores que hicieron de él un ídolo de masas, en el éxito y también en la cadena de excentricidades que marcaron su decadencia. Una peripecia vital que basculó entre la rutilante realidad de una carrera excepcional, avalada por los 750 millones de discos vendidos en todo el mundo, y la irrealidad fantasiosa de quien nunca pareció sentirse cómodo consigo mismo e intentó reinventarse hasta límites patéticos. Los interrogantes que planean sobre su muerte, atribuida a un paro cardíaco cuyo desencadenante se desconoce, constituyen un doloroso epitafio para un artista inseparable de la atormentada imagen que se había labrado el público de él y de la desmedida atracción que el personaje, más allá del músico brillante y único, ha suscitado en el escenario global hasta el momento de su muerte. Es imposible distinguir la vida de la obra en los artistas polémicos; por encima de la conmoción que ha generado su desaparición entre millones de fans, es difícil no pensar en la desafección que sus estrafalarias y dudosas actitudes fueron provocando también entre quienes contemplaron con pena su declive musical. Michael Jackson no deja una biografía modélica, ni siquiera si se contempla bajo el prisma condescendiente del ‘síndrome de Peter Pan’. Pero resultaría injusto que la deriva del personaje y las circunstancias en que haya podido producirse su fallecimiento amplifiquen el mito por su faceta más escabrosa, orillando o superponiéndose a su valía creativa, a su capacidad para renovar el universo pop y a su ingenio innato para el espectáculo. Es su música, el recuerdo de ella en el ánimo de millones de personas y su posible descubrimiento por las generaciones futuras, la que asoma a Michael Jackson a la eternidad que tanto pareció buscar mientras más se autodestruía.