Tribuna

Defender Europa

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

No hablaré de la campaña de las elecciones europeas si no es para criticarla, lo siento, porque en estos tiempos de apuro los partidos debían haber dado el ejemplo de la ministra de Defensa al suspender el derroche del desfile del Día de las Fuerzas Armadas, que ya vendrán tiempos mejores para mover a millares de hombres y mujeres uniformados, tanques y demás por media España para hacer un paseíllo. Estos días se han repetido cansinamente, y sin que a nadie le duela el bolsillo, fórmulas caducadas y carísimas para dirigirse sólo a unos fieles ya entregados, con la esperanza de que salgan al mundo a predicar la buena nueva. El mismo carril, sin riesgo ni novedad. Como el hilo musical del dentista, una sordina mínima, pero molesta. Rajoy vuelve a llenar la plaza de toros de Valencia y a abrazar a Camps, y la corrupción no le toca, qué misterio para el análisis sociológico; Zapatero tampoco incursiona en territorio comanche, se queda en Dos Hermanas, y más de lo mismo, salvo la osadía, o la torpeza, del video dedicado a criticar los estereotipos del continente, una metedura de pata considerable que puede pasar factura a un país que pronto ostentará la presidencia europea. Los políticos han trabajado un poco más, eso sí, pero podrían haber hablado a las paredes y hubiera dado igual.

Apenas, por supuesto, se ha tratado de Europa, porque el PP, por su propia estrategia interna, necesita refrendar a su líder y ha convertido estas elecciones en un «plazo» de las generales, dicen. Los socialistas, en petit comité, saben que pierden y sólo confían en que sea por poco y que les dé tiempo a remontar antes de que acabe la legislatura. Con este escenario, lo que salga de las urnas esta noche será casi tan irrelevante como el Cartagena-Cádiz, o sea un pequeño orgullo accesorio, o un mal menor.

Entre tanto, hemos perdido otra oportunidad de sacar a refrescar la vieja idea de Europa, el ideal de modernidad y de humanismo que representó, el orgullo de pertenencia a un club al que tanto costó ser admitido a este país que hace tan poco era un oscuro terruño cerrado y atrasado, gobernado por un sanguinario dictador. Hemos dejado pasar la ocasión de reconocernos en Bach, en Miguel Angel, en la Secesión, en la Bauhaus, en Steiner, en Mann, en Dreyfus y en Zola; en la cerveza bávara y los castillos del Rhin, en la Signoria veneciana y en los cafés de la rive gauche, en el Mont Sant Michel o los cementerios de Normandía, en los primitivos flamencos y en el túnel de la Mancha, en los Beatles y en Virginia Woolf... escoja cada cual sus referentes.

Pero no, las ideas y los ideales han huido del debate político. Lo intelectual es cada vez más un fósil, pero ahora perdido en una caja en el fondo de la última estantería del último cuarto del sótano más negro. No se trata sólo de nombres, de notas a pie de página, de citas entrecomilladas, se trata de conceptos que siguen siendo clave, como la dignidad, como lalibertad, incluso como la decencia o la aspiración a ella. Ahora que en aras del pragmatismo, la inmediatez, la economía, se han relegado tantos valores es más necesaria la voz autorizada de quien sabe algo más y es capaz de decirlo aunque no esté de moda, aunque vaya contracorriente. Pero la censura del mercado y el culto a la fama han acabado con esa aspiración de una sociedad mejor y más humana y han impregnado la política, a la que hoy hay que volver a exigir, aunque sea en balde, que reclame la herencia de Aristóteles y Voltaire, por ejemplo, en vez del reconocerse en el pícaro y la telebasura. Sólo el viejo Steiner se ha dado cuenta de que hay que defender Europa. Los que viven de ella han pasado. Propongo leer hoy su hermoso ensayo para, al menos, espantar las moscas de la mediocridad.

lgonzalez@lavozdigital.es