Ana Fernández, en un jardín de Extramuros. / ÓSCAR CHAMORRO
PERFIL ANA FERNÁNDEZ CEPEDELLO

Mujer sensible

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Ana es una mujer atenta, activa y singularmente sensible. De manera continua mantiene todos sus sentidos abiertos para descubrir, para interpretar y para valorar los mensajes que, con sus palabras o con sus silencios, le dirigen las personas que con ella conviven y los seres con los que, a lo largo de su permanente caminar, ella se cruza. Posee, sobre todo, una singular habilidad para descifrar los significados de los gestos y los sentidos de las expresiones de los rostros, sin necesidad de que se los expliquen con discursos orales.

Observa, escucha y, en ocasiones, calla hasta encontrar al interlocutor adecuado o el momento propicio.

Ana está convencida de que el silencio es esa cámara privada en la que, serena, ella cobra los alientos para seguir la marcha hacia ella misma y hacia los demás.

Por eso explica que necesita callar de vez en cuando, administrar las pausas y esperar el mo-mento oportuno, para, con prudencia, paciencia, discreción y templanza, acertar con la palabra adecuada.

Pero hemos de reconocer que esta destreza no termina en la simple contemplación sino que, de manera casi automática, despierta en ella una estimulante conciencia de solidaridad. Ésta es la razón por la que se implica en actividades que desbordan las estrictas exigencias de sus tareas do-mésticas.

Juan Bosco, su marido, está convencido de que la clave de su generosidad estriba en su evidente sensibilidad o, mejor, en su estricta conciencia ética, unas virtudes que tienen mucho que ver con unas facultades tan escasas como el tacto y el gusto: el tacto cordial y el gusto estético.

Mujer paciente, trabajadora y cariñosa, es una fiel aliada de las oportunidades diversas que le proporciona cada tiempo; consciente de que con su vida prolonga la existencia de su marido no acepta las rupturas y guarda con celo aquellos sentimientos comunes que entrelazan a los dos con sus hijos. Ana y Juan Bosco se nutren de sus mejores experiencias compartidas, y los dos mantienen su dignidad y su intimidad intactas.

La luz de su mirada refleja el resplandor directo de los momentos de alegrías entretejidas y de los dificultades vencidas. Su rostro transparente nos habla de los momentos tempestuosos superados con dignidad y de los problemas resueltos felizmente.

Ana, revestida de elegante constancia y de paciente discreción, es animosa, ostenta una contagiosa simpatía y una exuberante capacidad de comunicación