LOS LUGARES MARCADOS

Biblioteca y vida (I)

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Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca», decía Jorge Luis Borges, uno de los escritores que más amó los libros, antes y después de su ceguera, y -admitámoslo- uno de los hombres más desconcertantes que uno pueda imaginar.

Me quedo con esa idea de un cielo de estantes poblados de libros, ordenados por orden alfabético o minuciosamente desordenados, dependiendo del temperamento del alma. Como cada libro tiene la capacidad de descubrirnos una existencia, una historia, un universo, la otra vida representada como biblioteca viene a ser una suerte de reencarnación absoluta, con todas las vidas posibles e imposibles a nuestro alcance. No estaría mal. Abrir, por ejemplo, Cumbres Borrascosas y ser durante una existencia la atormentada Catherine o el salvaje Heathcliff con el peso de su amor en los Páramos. O La novela de Genji, y transportarse a la corte de Heian, entre sedas crujientes, cerezos en flor y delicados versos escritos en papel quebradizo. Elegir cualquier novela de Georges Simenon y desentrañar crímenes casi naturales con el humanísimo comisario Maigret, tras degustar los platillos de su esposa Louise, ese prodigio de cocinera. O bien, si el afán de aventuras nos enardece el espíritu, vivir unos años como caballero del rey Arturo en cualquiera de los libros que tratan su leyenda, o embarcar en la Hispaniola de La isla del Tesoro y enfrentarse a los piratas más crueles de los siete mares.

Suena bien este destino libresco: elegir cualquier vida, o todas las vidas, y sumergirse en ellas hasta sacarles el jugo. Y lo mejor es que no hace falta morirse para llegar a esta forma del paraíso. Ahí tenemos, a un paso, todas las bibliotecas esperándonos. Digo yo que no estaría de más que nos acercáramos a ellas y empezáramos a hacer prácticas de ultratumba Ya verán qué gloria.