INSOMNIO. Un niño se levanta de la cama en plena noche porque no puede conciliar el sueño. / LA VOZ
Sociedad

Reos de nocturnidad

Uno de cada cuatro niños y adolescentes en España tiene problemas de sueño que afectan a su salud. La falta de descanso es una de las consultas más frecuentes en pediatría y mina a toda la familia, como se demostró ayer, en el Día Mundial del Sueño

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España es un país corto de sueño. Dormimos menos que el resto de nuestros vecinos europeos. No es buena noticia. La excesiva somnolencia diurna afecta al 5% de la población, dispara los accidentes de tráfico, empeora nuestra salud y también la capacidad de concentración. La Sociedad Española del Sueño ha advertido que estamos ante un serio problema de salud pública del que aún no nos hemos percatado. La clave está en prevenir con buenos hábitos desde la primera infancia y mantener una buena higiene del sueño en la adolescencia.

Francia ha tomado conciencia del problema y ha puesto en marcha un programa para mejorar los hábitos nocturnos de sus ciudadanos. De forma gratuita ha empezado a distribuir DVD con información y consejos prácticos para padres y adolescentes. Con esta campaña buscan mejorar el sueño de las nuevas generaciones porque en más de un 90% de los casos el origen del insomnio infantil hay que buscarlo en los malos hábitos o la ausencia de límites.

Tiempo ganado

Si calculáramos el tiempo que pasamos durmiendo nos sorprendería saber que un tercio de nuestra vida se pierde o se gana entre las sábanas. Aunque puede que dentro de unos años haya que volver a hacer este cálculo de nuevo porque la sociedad actual se empeña en insistirnos en que dormir es perder el tiempo. Siempre hay cosas más interesantes que hacer, como chatear, hablar por teléfono, salir, ver películas... Y los adolescentes son los primeros en tomar buena nota de estas alternativas.

El 35% de los casos de excesivo cansancio diurno detectados en los jóvenes de entre 13 y 14 aÒos se atribuye al uso del telÈfono móvil en horarios en los que ya deberÌan estar descansando. En estudios publicados en la revista especializada en sueño Sleep se ha detectado que casi el 40% de los chavales entrevistados asegura que no utiliza el móvil después de que la luz de su cuarto se haya apagado.

El toque de queda familiar no importa. Los mensajes y las llamadas mantienen despiertos a los quinceañeros en su habitación, a veces hasta las tres de la madrugada. Algunos jóvenes duermen menos de seis horas diarias en los días escolares. Arrastran un déficit crónico de sueño que merma su rendimiento escolar, favorece su irritabilidad, apatía y trastornos de ánimo y depresión. Todo sumado en un periodo emocional tan crítico como es la pubertad y la entrada en la adolescencia.

Parte del problema está en su interior. Los adolescentes están, de alguna manera, programados naturalmente para acostarse tarde. Entre los 8 y 12 años, los preadolescentes tienden a dormirse a una hora relativamente temprana. Cuando llegan a la pubertad, el ritmo se retrasa unas horas. Esa tendencia biológica por la que los adolescentes tienen dificultad para acostarse y levantarse pronto provoca un círculo vicioso de privación de sueño y síntomas similares a los que produce el jet lag.

El problema es que en esa etapa de la vida se necesita dormir más que en la edad adulta, una media de nueve horas. El sueño en la adolescencia es mucho más que descanso. Se segregan hormonas clave para el correcto funcionamiento del organismo, como es la del crecimiento. Muchas sustancias químicas producidas por el sistema inmune, el escudo protector contra las infecciones, también se liberan mientras dormimos.

Sin embargo, sólo el 15% duerme de forma regular esas nueve horas necesarias de media. El 26% descansa seis o menos horas en los días escolares.

En Estados Unidos y Francia algunos colegios están debatiendo si retrasar la hora de entrada para que los estudiantes lleguen más descansados y aumente su rendimiento en las aulas. En España aún no ha llegado la discusión.

La relación entre falta de descanso y sueño está probada. No es una intuición empírica. Y se observa desde las primeras etapas de la infancia. Durante los tres primeros años de vida hay un periodo en el que el cerebro es muy sensible a la falta de sueño, especialmente las áreas relacionadas con el aprendizaje. Los pequeños que menos descansan por la noche tienen una expresión del lenguaje más pobre y en la adolescencia está directamente relacionado con el fracaso escolar.