QUERIDA. Angelita Gómez, nombre propio del baile flamenco. / LA VOZ
Contraportada

« Angelita Gómez Bailo cada día, nada más levantarme»

-Hay que ver cómo ha cambiado el mundo, Angelita, desde que usted pisó por primera vez a un tablao...

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-Pues imáginate, niño, que yo me subí al escenario del Villamarta con ocho años, de la mano de El Carbonero padre, que organizó una cosa benéfica para la gente pobre, y me pusieron una bata de cola, y yo bailé por seguiriya y él por farruca, y tengo de aquello un recuerdo muy vivo, muy intenso, muy bonito y muy emocionante...

-Y entonces lo vio claro.

-De antes, de antes... El baile tuvo que entrar algún día en mi vida cuando yo todavía era chica, y se me agarró dentro para siempre, y me arrastró y me arrastró hasta hoy mismo, y tampoco es que yo quisiera hacer otra cosa, así que...

-Porque usted todavía baila...

-Claro que bailo, niño. Todos los días. Nada más levantarme.

-¿Cómo baila la gente ahora, Angelita, mejor o peor que entonces?

-Es que tú ya lo has dicho antes, es que el mundo ha cambiado mucho, y la vida ha cambiado mucho, y ya no se respeta como antiguo, y el flamenco es un arte y está claro que no se iba a quedar por detrás. Antes las mujeres bailaban más parás, braceando, moviendo las manos; y los hombres ponían su estampa varonil y tiraban más de pies...

-Y si no pudiera bailar, Angelita...

-Eso mejor ni pensarlo. Cuando yo tenía mi academia en la Porvera estaba bailando desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche, con un ratito na más que me tomaba para comer... Imagínate, yo estarme quieta. Vamos, que no puedo. Vamos, quita, que no...

-¿Algún achaque, Angelita?

-¿Yo que voy a tener achaques! ¿Yo contentísima que estoy conmigo misma! Que me levanto todos los días, y me miro al espejo, y me digo: 'Ay que ver, Angelita, qué guapa estás, así que tira pa'lante ', y le doy gracias a Dios por tanta vida.

-Dicen los que entienden de esto que sobra técnica y falta espíritu...

-Es que una cosa sin la otra... Vino a mi academia una chica japonesa de Madrid. Y había tenido allí a los mejores maestros, y se movía bien, y era buena, pero me decía: 'Angelita, es que yo cuando bailo me siento vacía'. Y yo la cogí una tarde y le puse una alegría por soleá, honda, dura, y le dije que la sintiera dentro, que la sufriera, y la japonesa se puso a bailar y se le saltaron dos lagrimones... Y aquella niña lloraba y lloraba, y con la carita mojá va y me dice: 'Ay, Angelita, esto es lo que yo quería'.

-Y usted, ¿cuándo lloró de emoción con el baile por última vez?

-Anoche. Con Matilde Coral. Esa mujer es mi amiga, y lleva tantos años, y encierra tanto arte... Lloré yo, lloraron los guitarristas, y los cantaores, y todo el elenco, y lloró el público y... ¿Ay, Dios mío, qué cosa más bonita!