Sociedad

El cenicero humano

Lo tenía todo para suceder a Brando. Mickey Rourke deslumbró con su talento y apostura a los 30 años, cuando Coppola le convirtió en el Chico de la Moto. Tras La ley de la calle' encadenó una portada tras otra: Sed de poder, 9 semanas y media, El corazón del ángel... Hasta que a finales de los 80 se le cruzaron los cables. Kim Basinger ya había alertado de su carácter autodestructivo al bautizarle el cenicero humano por su afición a apagarse cigarrillos en el pecho. Su divorcio de Debra Feuer tras ocho años casados se coronó con un impopular apoyo al IRA durante la promoción de Réquiem por los que van a morir. Se tatuó el nombre de la banda terrorista y financió sus actividades. En los 90, cambió los platós por la lona.

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A los doce años, ya ganaba combates de boxeo y se labró un nombre en circuitos amateur. Casi cuarentón, se le ocurrió que podría competir por algún título mundial. La sucesión de farsas y tongos se saldó con cinco operaciones de nariz y unas manos tan destrozadas que hoy apenas puede cerrar el tubo de la pasta de dientes. El Marielito, como figuraba en los carteles, se retiró en 1994. Le había aguantado un combate a Sean Gibbons en Florida.

Un juguete roto

Su segunda mujer, Carré Otis, logró su detención tras acusarle de malos tratos. Rourke probaba sustancias mientras se torturaba por las películas rechazadas: Platoon, Rain Man, Los intocables, Pulp Fiction... Entre sus amigos, el mafioso John Gotti, el rapero Tupac Shakur y el cabecilla de Los Ángeles del Infierno, Sonny Barger. Vender su colección de motos para ir tirando y posar en la ficha policial por conducir borracho se cuentan entre sus últimas hazañas. Ha tenido oportunidades para regresar por la puerta grande: Legítima defensa, El juramento, Sin City... Claro que ninguna estaba tan cortada a su medida como El luchador, la crónica de un juguete roto en busca de redención y el exorcismo personal de un hombre torturado que se abre en canal.