Opinion

Otro día más

Me levanto adormilado y me dirijo al baño. Allí, ante el espejo, inicio el ritual de muecas: chequeo de dientes, lengua, ojeras y entradas. Abro el grifo y lo que sale es un líquido rojo. Quiero huir y llamar a los míos pero no puedo moverme. En el espejo ya no me reflejo. En mi lugar aparecen imágenes que cambian continuamente, como en una televisión: terrorismo, genocidios tutelados en nombre de dioses que nadie ha visto, y poder siempre repartido entre unos pocos. Niños que cuestan menos que una bala, adultos que los profanan; débiles tiranizados; violación, maltrato, miseria, pateras, y más pateras: Si mi voz muriera en tierra, llevadla al nivel del mar y dejadla en la ribera. ¿Oh, buen Alberti!, ¿qué les queda a los que no tienen voz ni tierra, sino la mar? Obispos, policías y jueces en manifestación y huelga. Nacionalismos exclusivos y excluyentes.

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El líquido viscoso y rojo no para de manar; ¿me ahogo! Alguien me toca el hombro y dice con voz vacilante: Aita, despierta, has tenido una pesadilla. Me quedo un ratito más. Estoy en mi casa-búnker inexpugnable, rodeado de mi familia; nada me puede pasar.

Ya habrá tiempo de salvar al mundo después, con los amigos y unos vinitos. «Hasta el susurro más débil silenciaría a un poderoso ejército cuando habla de amor y solidaridad». Quisiera ser un interminable susurro en favor del desprotegido.

Alberto F. Araújo.

Madrid