ENTREGADOS. Seguidores del líder bolivariano se manifiestan en apoyo del referéndum. / AFP
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La Piedrita del chavismo

El Ejecutivo caribeño se ve obligado a frenar a un grupo extremista revolucionario después de que atacara la Nunciatura y tratara de imponer su ley en Caracas

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«Bienvenido a La Piedrita en paz. Si vienes en guerra te combatiremos. Patria o muerte», dice un cartel artesanal a la entrada del populoso y conflictivo barrio 23 de Enero de Caracas. Pero también es el nombre de un colectivo que, como ha reconocido esta semana su máximo jefe, ha atentado contra destacados opositores de su, por ahora, idolatrado presidente Chávez. Al inquietante letrero le siguen otros igual de amenazantes. «Aquí manda La Piedrita y el Gobierno obedece. Se lo juramos. Para el traidor no habrá perdón».

El barrio 23 de Enero se levantó hace 50 años con 38 enormes edificios de 15 pisos, comercios, escuelas primarias, guarderías y zonas verdes. Hoy, los espacios libres en el cerro que domina el centro de la capital de Venezuela, han sido ocupados por precarias viviendas. En ese ambiente pobre y casi marginal está la base electoral del chavismo. En ese entorno, Valentín Santana fundó el grupo La Piedrita hace veintitrés años, pero en la década de gobierno chavista han tenido un espectacular despegue. El asesinato de su hijo de 16 años lo hizo más intransigente. Otra de sus dirigentes es Lina Ron, la admiradora más beligerante del líder bolivariano.

Se definen como «obreros, amas de casa, profesionales, jóvenes, adultos y trabajadores comunitarios» de «250 familias, distribuidas en unas nueve manzanas». Pero algunos vecinos se sienten atemorizados por sus métodos: hay que pedirles permiso para hacer una fiesta o para aparcar un coche. Van en brigadas de treinta o cuarenta. Para la oposición son paramilitares apoyados por el chavismo. Según el ex ministro de Defensa Raúl Isaías Baduel «tienen y usan vehículos de alto rendimiento que necesitan un soporte logístico particular». Quien fuera amigo del presidente aseguró que el Gobierno debe explicar al país de dónde obtienen sus armas.

Bombas lacrimógenas

Chávez había callado. Hasta que Santana reconoció que lanzaron bombas lacrimógenas contra la Nunciatura, el Ateneo, el canal Globovisión, y que dijera que «cortarían la cabeza» a Marcel Granier, director de la televisión privada RCTV cerrada en 2007, y que pasarían «por las armas» a cualquier otro «objetivo» que consideren contrarrevolucionario.

Era demasiado. El jefe del Estado ordenó su detención. La Fiscalía instruyó tres cargos en su contra. Según Chávez, «estaban amenazando en el 23 de Enero que, si la Policía iba a detener a alguien, ellos iban a quemar el 23 de Enero; la misma frase que usan grupos violentos de oposición, porque en el fondo son lo mismo: fascistas que no tienen una conducta racional». El gobernante insistió en que «el pueblo venezolano no puede concebir que haya unos grupitos por ahí que dicen ser revolucionarios, pero que actúan en contra de la revolución». La respuesta de La Piedrita no se hizo esperar. Difundieron un comunicado en el que denunciaron que el día 8 fueron atacados por «unos mercenarios que se hacen llamar Águilas Negras de Colombia», cuya dirección atribuyeron a Granier. Advertían que «intimidar a La Piedrita es imposible» y que seguirán «profundizando la revolución». Más que piedrita ya son una roca en el zapato de Chávez.