Opinion

Anastasio Faiguel

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a relación de una persona con una Hermandad es una cuestión de grados y matices. Los hay meramente de número, apuntados un día por algún familiar o amigo, que conservan su nombre en la Cofradía por un cariño y una devoción de tintes muy personales. Los hay mas comprometidos, que intentan ayudar en lo que pueden en función de su tiempo y sus capacidades. Y los hay absolutamente entregados de por vida a una intensa actividad cofrade. Pero Anastasio Faiguel, el inolvidable hermano de la Amargura que se nos ha ido esta semana, siendo de los imprescindibles, estaba en otra dimensión. Él había adquirido hace mucho la cualidad de símbolo de la permanencia y continuidad generacional de un cariño y una devoción sin fisuras, a prueba de todo. Él era, con su presencia constante y su personalidad, de esos hermanos a los que ves siempre en tu Hermandad y puedes estar tranquilo de pensar que nada se acaba y que todo sigue por la senda ejemplar que los mayores labraron. Él, con su ya fallecido hermano Pepe, eran los Faigueles, un tandem unido por la sangre y el amor a una Hermandad que llevaban grabada a fuego en sus entrañas nobles y sencillas. A Anastasio lo veías en cualquier parte y veías la historia viva de tu Hermandad, esa que tantas veces se desgranaba en anécdotas que él iba recordando con gracia y buen humor. A veces te lo encontrabas en el tren un Sábado Santo, camino de Sevilla para ver cofradías, y otras, camino de una Coronación Canónica. En la de la Encarnación de San Benito compartimos una tarde magnífica junto con su sobrino Fai, Israel y Miguel Benítez, entre copas y tapas de El Rinconcillo. Hay una foto nuestra de ese día, diciembre del 94, en la puerta de la Iglesia de la Anunciación, sede de la Hermandad del Valle, que anda por ahí y que convendría rescatar. En la Amargura decíamos de él que cuando Jacome Baccaro tallaba al Señor, ya Anastasio iba por su taller, le ayudaba a limpiarlo y le hacía los trabajos que el maestro le encomendaba. Ahora, Anastasio tiene el privilegio de estar con su Cristo, al que ya no le sangran las muñecas ni lleva la espalda hecha jirones, y que le habrá dado un abrazo fuerte y lleno de amor. Y con su Amargura de su alma, Esa que hacía que la cara se le cambiase cada Miércoles Santo Junto a Ella. Ahora, él anda ya envuelto en la azul eternidad del Dios vivo. Descansa en Paz, hermano Anastasio.