CRÍTICA DE TV

Wyoming

Se habrá enterado usted de la añagaza de Wyoming, el presentador de El intermedio en La Sexta, con ese vídeo donde insultaba violentamente a una becaria en plena grabación. El vídeo lo sacó Intereconomía y circulaba por Youtube. El comportamiento de Wyoming era tan salvaje que resultaba escandaloso. Inevitablemente, muchos sospecharon que era una maniobra más para ganar audiencia, porque aquí ya nos vamos conociendo todos. El lunes, en efecto, El intermedio confirmaba que todo era una trampa. "Os la hemos colado", decía cartel en mano la supuesta becaria agraviada. Pues qué gracia, ¿no? La Sexta atraviesa por una situación financiera y empresarial poco halagüeña. Los últimos datos que se han publicado dicen que en marzo le vence una deuda de 2.015 millones de euros. Ya sabe usted cómo funciona eso: si usted debe al banco (¿o a Hacienda!) 10.000 euros, le embargan; si el deudor es el capitoste de una cadena de televisión y la deuda supera los diez millones, no sólo no le embargan sino que le adulan.

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Los americanos lo dicen así: si usted debe al banco mil dólares, usted tiene un problema; si debe diez millones, el problema lo tiene el banco. Nuestras cadenas de televisión, en general, llevan años abusando de su posición. Lo hacen porque nadie se atreve a meterles mano, por temor a las repercusiones políticas del gesto. Cuando se trata, además, de conglomerados vinculados directamente al poder, como es el caso que nos ocupa, entonces el moroso goza de barra libre. Pero todo eso, que da dinero (o permite gastarlo), no da audiencia. Y si no hay audiencia, al final la barra libre se agota. La Sexta comenzó a emitir en marzo de 2006. Desde entonces se ha gastado lo que no está en los escritos -o sí, sí que está- para llamar la atención y atraer a los espectadores. Los resultados han sido muy mediocres. La Sexta sigue siendo la menos vista de las cadenas de ámbito nacional. Cerró enero de 2009 con una cuota de pantalla del 6,5%; desde el septiembre anterior apenas ha subido 0,5 puntos, y eso con fluctuaciones. Y lo peor: esa cifra no descansa en la parrilla general, sino en los grandes acontecimientos deportivos, es decir, unos productos muy caros, que cuestan más dinero del que permiten recuperar.