MEMORIAS DE LA FRONTERA

Pilar Paz Pasamar y su niña interior

El prestigioso programa de Canal Sur Radio El Público, que dirige y presenta Jesús Vigorra, ha dado a conocer los ganadores de la X Edición de los Premios anuales que otorga y que, en su apartado poético, ha correspondido al libro Los niños interiores, de Pilar Paz Pasamar, publicado por Calambur. Al igual que a los integrantes del resto del palmarés, el galardón le será entregado el próximo día 28 durante una gala que tendrá lugar en la Casa Colón de Huelva. Por fortuna, gota a gota, va reconociéndose la trayectoria inefable de esta escritora sobrada que no sólo reúne talento sino una larga ración de genio.

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Nacida en Jerez y afincada en Cádiz, sabemos de ella que comenzó a publicar sus poemas en plena adolescencia: aquella niña de doce años le ponía lírica a un mundo en guerra y en un país donde la mujer se quería muda e invisible, publicando por primera vez su obra en las páginas del periódico Ayer, que se publicaba en Jerez. Ella, como otras heroínas de su generación -Ana María Matute, aún más mayor, sigue dando vivo ejemplo de ello¯se abrieron paso en la selva del machismo con el machete de la palabra. Veló armas poéticas en la revista Platero y con Mara (1951) despertó el interés remoto de Juan Ramón Jiménez o de Vicente Aleixandre, en su exilio interior de la madrileña calle de Velintonia. Ella refiere que un retrato suyo colgó en los escaparates de las librerías madrileñas y que fue entonces cuando se fijó por primera vez en aquella muchacha desconocida un joven estudiante de ingeniería llamado Carlos Redondo que, siete años más tarde, se convertiría en su marido. Entre tanto, ella comenzó a llenar de versos la España del imposible bienvenido Mr. Marshall: Mara (1951), Los buenos días (1954), accésit del Premio Adonais, Ablativo amor (1956), Del abreviado mar (1957), o La soledad contigo (1960). A partir de ahí, el matrimonio y los primeros hijos. Entonces, comenzó un primer periodo de silencio literario que sólo rompió con Violencia inmóvil (1967). Autora de relatos, fecunda articulista, su despedida del ámbito literario nunca fue definitiva. Y retomó plenamente su carrera creativa con La torre de Babel y otros asuntos (1982), un libro al que seguirían Textos lapidarios (1990), Philomena (1994) y Sophía (2003), así como las antologías La alacena (1986), y Ópera lecta (2001). Entre sus ensayos, destaca su inquietud militante por lo que hoy se llamaría literatura de género, con títulos como Poesía femenina de lo cotidiano (1964) o La poesía femenina hispanoamericana y la búsqueda de identidades (1992). Pero también su propia memoria amiga y literaria quedaría reflejada en títulos como Fernando Quiñones y José Luis Tejada en la época de Platero (2000), o En torno a Rafael Alberti y las Américas (2001). Autora teatral de piezas como El Desván, en colaboración con el dramaturgo José María Rodríguez Méndez (1955) y Campanas para una ciudad (1987), así como de los libros de relatos La dama de Cádiz (1990), Historias balnearias (1999) e Historias bélicas (2004), su obra ha sido traducida a varios idiomas e incluida en diversas y recopilaciones y antologías.

La crítica asegura que Los niños interiores, no me atrevo a afirmar que vaya a ser su último libro, guarda un cierto aire de testamento vital y poético. No abandona, desde luego, su tradicional impronta juanrramoniana, ni su gusto por una cierta teología de andar por casa, una metafísica de lo cotidiano que tiñe de espiritualidad toda su obra.

Su amigo y discípulo Manuel Francisco Reina, que la presentó recientemente en Jerez, se trata de «un libro de consumación y madurez, un libro que sirve de perfecta última entrega de su obra poética, con una modernidad sorprendente, y corona una trayectoria en la que sus grandes temas y tonos, desde la senda juanramoniana de Animal de Fondo, siguen siendo la memoria, la trascendencia, la preocupación por lo humano, y ese peso inmenso de la divinidad que palpita en lo cotidiano, en las cosas diarias e insignificantes, enviando sus mensajes y códigos cifrados». Dejad que su propia palabra se acerque a nosotros: «Nido inmenso es el mundo/por donde nuestras bocas/ insaciables asoman / como crías hambrientas./ Nido interior y en sombras,/cuenco del infinito/ pozo en cuyo brocal/ la ansiedad se detiene/ y la boca sedienta/ se incendia con reclamos /de color llamativo.». Ella sigue siendo la niña interior que, cincuenta años atrás, rejuvenecía a un mundo agónico.