LA RAYUELA

Del singular al plural

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Los sociólogos denominan grupos primarios a los pequeños círculos en los que se desenvuelve nuestra vida: la familia, los amigos de infancia o de trabajo, los miembros de la peña o el club donde compartimos aficiones u ocio. Son esos pequeños grupos de los que nos sentimos parte (nos referimos a ellos como mis colegas o mi familia) y en los que nos relacionamos cara a cara con gente próxima y conocida, realizamos actividades o perseguimos metas en común.

No es casual que los primeros que alertaron sobre la tremenda importancia de los grupos primarios fueran los sociólogos de la escuela de Chicago que estudiaban los problemas del trabajo en serie en las cadenas de montaje de las primeras fábricas de vehículos. Constataron que la productividad de los equipos de trabajo dependía más de la organización informal, derivada de las relaciones de amistad y compañerismo espontáneas en el grupo que de la organización formal y la pirámide de mandos intermedios y operarios.

Todo el mundo es consciente de la tremenda importancia que estos grupos tienen para la correcta socialización de los individuos y la estabilidad social. En estos grupos encontramos los modelos de referencia para conducirnos y la emulación y la motivación que necesitamos. Son también los ámbitos idóneos de la cooperación y acción social. Nos proporcionan el equilibrio afectivo y emocional preciso para enfrentarnos a la sociedad, convirtiéndose con frecuencia en refugios contra la soledad, desintegración, disfunciones, sinsabores e incomunicación que campean a la intemperie.

El sentido de pertenencia al grupo, que en su plenitud se amplía en círculos más amplios (secundarios), llegando a la humanidad entera, es el mejor antídoto contra el individualismo exacerbado y la soledad a la que conduce. Muchos autores señalan la ruptura de los vínculos de pertenencia a estos grupos primarios como el origen de la crisis civilizatoria que se siente por doquier.

A propósito de lo que nació como una crisis financiera e hipotecaria y va camino de prolongada recesión mundial provocada por una codicia aplaudida y alentada desde el neoliberalismo, se viene señalando la vuelta a los valores colectivos, incluido el Estado, y la correlativa pérdida de vigencia de los valores individualistas. Sería un pequeño consuelo que la crisis pudiera al menos actuar como freno del proceso de individuación excesiva de las sociedades tecnológicas avanzadas como la nuestra. O al menos, hacernos reflexionar sobre la deriva en la que estamos.

El proceso hacia la cooperación, la actitud más adecuada para la vida en sociedad, actuaría así como contrapeso para aminorar el de la desviación y la exclusión social que la crisis exacerbará sin duda creando cada vez más situaciones de marginación, soledad, pobreza, enfermedad, carencia o privación y la correspondiente violencia. La vuelta al grupo sería el inesperado regalo de esta crisis, el redescubrimiento del valor de lo social y colectivo, del reverdecer de la política con mayúsculas, del prestigio de la redistribución social, de los valores colectivos, y, por ello, una oportunidad para el rearme ideológico de la izquierda socialdemócrata ante el fracaso del capitalismo salvaje.

La crisis convierte a los grupos primarios en el primer colchón para amortiguar el golpe. Pero también, la oportunidad de redescubrir el calor humano de los otros, que si creemos y pensamos en ellos, nos recibirán con una sonrisa cuando los necesitemos. Apueste por el plural en 2009. Feliz año.