ESPAÑA

El dolor más secreto

Compañeros de Raúl Centeno y Fernando Trapero les recuerdan en Capbreton un año después de su asesinato

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A lo largo de la mañana, hombres encapuchados se aproximan a la cafetería Les Ecureils, en Capbreton. Ocultan su rostro con bufandas oscuras, gorras negras y pasamontañas grises. Se acercan a una señal de tráfico y se detienen el tiempo justo para depositar un ramillete de flores. Luego desaparecen. Apenas es posible verles los ojos empañados por las lágrimas.

Los encapuchados son los compañeros de Raúl Centeno y Fernando Trapero, los dos guardias civiles asesinados ayer hace un año en el aparcamiento de una cafetería de Capbreton. Quienes van a recordarles en medio de una discreción absoluta son los agentes españoles destinados en Francia. Ellos son quienes en los últimos meses han descabezado a ETA. Han participado en el arresto de Garikoitz Aspiazu, Txeroki; del responsable del aparato político de la banda, Francisco Javier López Peña, Thierry, y de otros significados dirigentes de la banda terrorista. Han evitado decenas de atentados pero nadie puede verlos ni reconocerlos. Son la élite de la lucha antiterrorista española. Trabajan con tales medidas de clandestinidad que incluso para colocar una flor en recuerdo de sus compañeros tienen que adoptar las mismas precauciones que si pudieran matarles. Con Raúl y a Fernando ya lo hicieron.

Los dos guardias civiles fueron asesinados a las nueve y veinte de la mañana dentro de su coche. Tres miembros de la banda les reconocieron en las mesas de la cafetería, les siguieron hasta el vehículo y les dispararon en la cabeza. Un año después, a las nueve en punto de la mañana, cinco jóvenes entran en la cafetería. Dos se llaman Javier y el resto Raúl, David y Oscar.

Son amigos de Raúl Centeno y han viajado desde Madrid para estar sólo unos minutos en el lugar donde mataron a su compañero. Como Raúl Centeno, tienen 25 años. En el bar piden cafés y zumos de naranja. El 1 de diciembre de 2007 recibieron la noticia de la muerte de su amigo como si fuese una pesadilla. «Era sábado y el viernes habíamos estado de marcha. Es de esas cosas que no te las puedes creer aunque te las repitan. Fue terrible», asegura David. Cada vez que Raúl Centeno regresaba a Madrid de permiso quedaba con ellos para jugar al fútbol. «Sabíamos que era un guardia con una gran vocación. Cuando desaparecía éramos conscientes de que estaba en una misión», afirma. «¿Qué si nos ha aliviado la detención de Txeroki? No. Para nada. En absoluto. Eso no nos devuelve a Raúl. Te puedes quedar más tranquilo pero no te alivia del dolor», agrega David. Los cinco se comienzan a emocionar cuando se acercan las nueve y veinte, la hora en que mataron a su mejor amigo.

En la calle, el temporal agita los árboles. Los jóvenes se preguntan cómo hacer para colocar la foto de su amigo en el lugar donde murió sin que el viento y la lluvia la destruyan. Deciden ir al L'Eclerq cercano para comprar cinta americana y una funda de plástico para proteger la instantánea. En la señal de tráfico que anuncia una rotonda sólo hay un ramo de flores que una mano invisible -otro hombre encapuchado- ha dejado por la noche y una pequeña velita dentro de una burbuja de cristal que el viento ha apagado hace horas.

David comienza a llorar mientras introduce la fotografía de su amigo del alma en la funda transparente. «Era como mi hermano», acierta a decir. En la imagen, Raúl se cubre la mirada con unas modernas gafas de sol y sonríe con un gesto que desprende las ganas de vivir de un chaval de 25 años. «...mi hermano». Los otros cuatro amigos abrazan a su compañero. Se deja caer contra el poste de la señal y apoya la cabeza en el metal helado. Sus labios quedan a unos milímetros de la cara de Raúl Centeno. Sus amigos, con lágrimas en los ojos, le ayudan a alejarse. Tienen todavía cinco horas de viaje para regresar a Madrid y asistir a una misa en honor a su amigo y a Fernando Trapero.