UNA FÁBULA

El azote de la nobleza

Imaginen un samurái. Con su cara de chino (ya sé que son japoneses), furioso y enfurruñado con todo lo que se interponga entre su vista y su catana. Pero sanote como un perro grande y viejo, puede que un San Bernardo o un labrador retriever (los que guían a los ciegos entre el ruido y la furia de la ciudad). Un samurái, al servicio de sus señores, bien en la calma, bien en la tempestad. Casi siempre tranquilo; feroz en esos pocos resquicios que deja el casi. La economía es un samurái. Por lo general, es un elemento neutro, arisco, con ciertos toques de exotismo (se le asocia con el color naranja) y, por supuesto, que nadie entiende. Está ahí, dicen que es muy importante para todos nosotros y ya está. También nos han susurrado que es mejor no molestarla.

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Aunque claro, y al igual que en las películas de miedo los niñatos indefectiblemente se meten a medianoche en un cementerio maldito o en una casa donde cuelgan hachas y martillos afilados, a la economía siempre se le termina molestando, como ya sucedió en 1929, con la crisis del petróleo de los setenta o con la de los mediados de los noventa, cuando en España nos vino la resaca tras el 92. Cuando se les molesta, samuráis y economía confluyen en forma y fondo: ninguno de los dos se revuelve porque le echen un poco de arena a los ojos ni porque le peguen un empujoncito; tampoco suele importarles que hablen mal de ellos o los menosprecien. A la economía, al samurái, le duele el honor. Sus valores. Las reglas de comportamiento.

Por supuesto, se puede jugar a ser el más listo de la clase y pretender que el sistema revierta siempre en tu beneficio. Muchos se hacen ricos gracias a las imperfecciones que el sistema ofrece en sus costuras. Sin embargo, llega el momento en que los códigos se rompen y se sobrepasa el límite. Es entonces cuando economía y samuráis atacan, destrozando lo que se encuentre en su camino y destapando el horror, el horror... No conviene olvidar, en esta sangrienta historia, que los samuráis rebanan cuellos indignos a la mayor gloria de las elites, sus dueños. Los ricos.