Editorial

Reacción lastrada

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La euforia que se adueñó ayer de las Bolsas mundiales, alentada por el plan de rescate en EE UU de Citigroup y por el anunciado recorte de impuestos en Gran Bretaña, vuelve a poner de manifiesto que los mercados sólo reaccionan ante aquellas medidas de intervención contra la crisis más notorias y excepcionales. Constituye una desalentadora paradoja que los parqués sólo parezcan dispuestos a serenarse ante la adopción de medidas urgidas por dificultades en muchos casos extremas, antes que por iniciativas más articuladas pero difíciles de traducir en la inmediatez como los acuerdos de la cumbre del G-20 ampliada. Igualmente desalentador resulta que las «históricas proporciones» de la crisis, como la ha definido Barack Obama en la presentación oficial de su equipo económico, impidan asegurar que el rebote alcista experimentado por los índices bursátiles vaya a sostenerse. La presión de la desconfianza y de la incertidumbre está contribuyendo a alimentar la cadena de proyectos de salvamento y de planes anticrisis destinados, precisamente, a tratar de normalizar el sistema financiero y la economía real. Pero la constatación de que parte de esas medidas no han ofrecido aún los resultados esperados no debería llevar a relativizar la importancia que sigue teniendo actuar con diligencia ante la sombra de la recesión global.

Ésta es la disyuntiva a la que se enfrenta mañana la Comisión Europea: si despliega un conjunto de actuaciones para intentar reactivar las economías de sus estados miembros a través de una movilización decidida de la financiación pública, a la que aspira la presidencia francesa, o limita el grado de compromiso de esos recursos como pretende Alemania. La advertencia de la canciller Merkel de que la acción no debe confundirse con la precipitación constituye un gesto de sensatez que, sin embargo, no ahuyenta por sí misma la inquietante sospecha de que el mero hecho de ralentizar las actuaciones puede terminar complicando aún más la búsqueda de salidas a problemas ya acuciantes. Pero en cualquier caso, es la endiablada complejidad de este dilema el que obliga a que el plan que se promueva no nazca lastrado por divergencias demasiado palpables, las cuales mermarían de partida sus potenciales efectos beneficiosos. En España, el veto anunciado a los Presupuestos en el Senado confirma que se ha desaprovechado el trámite parlamentario para adecuar unas Cuentas que la realidad de la crisis ya ha dejado desfasadas.