Los militares, en la imagen durante un desfile, cumplen el viejo adagio que propugna el compañerismo como fórmula de vida. / R. C.
ESPAÑA

Soldados perdidos en el horror Los cimientos de un orgullo

Rubén y Juan Andrés, los dos últimos militares españoles asesinados en Afganistán, pertenecían a la Brilat, una unidad de infantería abastecida de gallegos y asturianos

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Domingo, 9 de noviembre. Un salvaje atentado suicida perpetrado contra un convoy (un BMR, blindado medio de ruedas) en la provincia occidental de Herat acaba con dos militares fulminados y cuatro heridos, uno de gravedad. La bomba que mata a los soldados españoles del cuartel gallego de Figueirido (Pontevedra) alberga explosivo como para deflagrar un carro de combate y hacer que salte por los aires.

El cabo vigués Rubén Alonso Ríos contacta por última vez el viernes 7 con su mujer, María del Mar Borrajo, de 30 años, como él. Queda en volver a comunicarse con ella el domingo. Pero ese fatídico día, cuando su esposa descuelga el auricular, no oye su voz al otro lado. Recibe sólo la información del fallecimiento de su marido, hijo único y padre (sus dos niños tienen cuatro meses y tres años). Ha sucumbido por la insurgencia talibán cuando sólo pretendía «ayudar a esa gente que tanto lo necesita». Ésta era su única hoja de ruta. Su viuda, incrédula, se aferra a que él quería esa experiencia en su cuaderno de bitácora. «Estaba encantado, como loco», rememora.

La escena se repite en Carballo (La Coruña), donde el asturiano Juan Andrés Suárez García, de 41 años, convivía con su mujer, María Consuelo Muíño, Chelo, y la hija de ella, Vanesa, de 22 años. En su vivienda de la Calle Oriente, al lado de la plaza principal, el dolor es palpable cuando se sabe que Andresín ha caído en servicio. «Llevaba fuera 15 días, y no le correspondía haber ido ahora», testimonia su compañera. Su incorporación estaba fijada para el próximo mes de marzo. La fecha se adelantó por su temple, apreciado por los mandos, y él lo concibió como una buena oportunidad para su futuro.

Miriam, redactora de La Nueva España y hermana del desaparecido, solloza ante la noticia más terrible que ha recibido. La madre, Marisol García, viuda, está rota por la sinrazón. Ya nunca más verá a su vástago disfrutando con las victorias de su Sporting; tampoco con las carreras de la Fórmula 1 y las hazañas de su paisano Fernando Alonso. Las muertes suponen auténticos mazazos para la moral de las tropas desplazadas. Pero son gente fuerte que ha de sobreponerse a los episodios más repulsivos.

El dolor y la congoja tornan así a la Brilat, la unidad de infantería del Ejército español, que ya ha comprobado cómo 16 de sus miembros se han quedado en el camino desde 2003. Es en Afganistán donde ha escrito su crónica más negra. El 21 de febrero de 2007, Idoia Rodríguez Buján, de 23 años y natural de Friol (Lugo), perece por la explosión de una mina al paso de un convoy militar. Ella se convierte en la primera mujer militar española que pierde la vida durante una misión de paz en el extranjero. Conducía uno de los blindados.

La misión se llamaba Operación Reconstrucción de Afganistán y, como Alonso Ríos y Suárez García, Idoia ansiaba contribuir a la complicada tarea de ordenar este maltratado territorio. Su madre aún no se ha quitado el luto ni piensa en ello, echa en falta su alegría; su padre no se adapta a no tenerla. Estaba a punto de casarse y hoy sólo pueden verla en álbumes de fotos.

Helicóptero Cougar

Casi un bienio antes, el 16 de agosto de 2005, la Brigada de Infantería Ligera Aerotransportable ve cómo favorecer la consolidación de la democracia en un país tiranizado cuesta la vida a 17 hombres, diez de ellos gallegos y doce de la Brilat. Fallecen al estrellarse cerca de Herat el helicóptero Cougar en el que viajan. Se barajan varias hipótesis, incluida la de un posible ataque exterior, pero al final se considera un accidente. Esta tragedia también deja viudas, huérfanos y familias destruidas, sin aplacamiento.

El drama más reciente es del pasado 26 de octubre. Rubén, Juan Andrés y más compañeros ponían rumbo a un cometido que se habría de prolongar seis meses en los que tenían (y los que allí siguen, tienen) derecho a unos turnos vacacionales de unos 15 días. La comunicación con las familias es constante. «Se les da un cuadernillo informativo a los parientes, y se les explica la misión, cómo hacer llegar un paquete, giros, telegramas, correspondencia o comunicaciones urgentes», aclaran desde la Brilat, y añaden que los soldados disponen de «servicios de cabinas telefónicas para llamar, y de móviles con cobertura». Han vuelto dos ataúdes. La Brilat fecha su origen el 24 de enero de 1966, aunque no es hasta 1996 cuando adopta el apelativo «Brigada de Infantería Ligera Aerotransportable Galicia VII». Tres años más tarde, dispone de las bases General Morillo, en Pontevedra, y Cabo Noval, en Siero (Asturias). «Llegan los asturianos y los gallegos», dicen de sus integrantes, que proceden en su mayoría de estas dos regiones. Todos deslindan a la brigada del norte, por la idiosincrasia de su carácter y esa tangible vivacidad.

La climatología influye decididamente en los rasgos propios que los singularizan dentro del conjunto. Organizada, equipada y adiestrada, esta unidad de primera respuesta es una de las más operativas. Especialmente apta para su empleo en terrenos difíciles y de heterogénea meteorología -escenarios donde el valor y adiestramiento del combatiente alcanzan su plenitud-, participa activamente en misiones de paz en el exterior desde 1995. Despunta en Bosnia Herzegovina, su primer destino; y el segundo y tercero, posteriormente en 1997 y 1999. En 2000 y 2002, toca Kosovo; y en 2003, Irak. En 2005, el desembarco se concentra en Afganistán, y en la república islámica se contabilizan dos despliegues más, en 2006-2007, y ahora, a caballo entre 2008 y el próximo 2009. Pakistán figura en el catálogo en 2005-2006, y Líbano, el reino de los cedros, se adscribe ya a 2007.

La Brilat posee capacidades de defensa aérea, lucha contracarro, potencia de fuego, y está dotada de los sistemas de armas, vehículos y materiales más modernos. Los hombres y mujeres que se forjan aquí se guían por la laboriosidad sin aspavientos, sin quejarse nunca de las duras condiciones que en ocasiones se sufren. Su asunción conduce al conocido y vitoreado lema que impreca esta máxima: «Del pasado honor, del presente orgullo».